Hay en el cementerio de Ábrego una tumba. Cuando en la noche sopla el viento sale de ella una voz.
"... Yo fui aquel hombre a quien ahorcaron en el árbol más grande de la hacienda. Los vecinos me colgaron porque maté a uno de ellos. Cuando hice eso estaba borracho. La sangre me ardía en cólera porque el otro había ofendido a mi mujer. Cuando mis verdugos me mataron estaban sobrios, tenían la sangre fría. El árbol en que me ahorcaron se empezó a secar, pese a que siempre había estado verde y sano. Cuando el árbol quedó seco la gente lo cortó para leña. Pero no ardió el árbol: sus trozos eran entre la lumbre como piedras. Desde entonces no ha habido muertes malas, y a nadie han ahorcado ya. Los hombres siguen viviendo; en las cocinas la leña arde. Así es mejor...".
Es cierto. Los hombres, como los árboles, son para vivir. Y la leña, como la vida, es para arder.
¡Hasta mañana!...