Las ramas de los nogales se doblan con el peso de su fruto. Este año tendremos nueces, muchas nueces; no como el pasado, que ni para probarlas hubo.
Habrá nueces para nosotros, y les pediré a los vareadores que dejen bastantes en el suelo, de modo que también haya nueces para las ardillas. Todos somos hijos de Dios; quizá ellas más que nosotros.
Cuando Él da, da a manos llenas, y cuando quita no lo quita todo. A veces estas criaturas suyas, los nogales, no dan nueces, pero siempre nos ofrecen su sombra protectora, y ponen su belleza en el paisaje. Nosotros no aprendemos de los árboles, maestros silenciosos. Pasamos por la vida sin dar nada. Somos menos que los árboles, entonces. Y ni siquiera sabemos callar como ellos.
¡Hasta mañana!...