Iba la lechera con su cántaro.
En el camino pensaba que con el dinero que obtendría por la venta de la leche compraría una buena cantidad de huevos. Los huevos le darían pollos que se convertirían en gallinas que le darían más huevos y más pollos. Los vendería y se compraría una vaca. La vaca le daría terneras que llegado el tiempo se volverían vacas que le darían más terneras. Las vendería y se compraría una casa. Ya dueña de una casa no le sería difícil conseguir marido.
En eso iba pensando la lechera cuando tropezó y dejó caer el cántaro. Pero he aquí que el cántaro no se rompió. Quedó incólume; no se derramó ni una gota de leche.
El fabulista que seguía a la lechera desde que salió de su casa exclamó furioso:
-¡Ah! ¡Ya no puede uno escribir fábulas!
¡Hasta mañana!...