Atravieso la huerta de nogales, y ellos me muestran sus ramas con orgullo. Se doblan por el peso de las nueces, tanto que temo que se vayan a quebrar.
Plantamos estos árboles en un lugar donde, decía la gente, la tierra era tan mala que ahí no se daría nada. Yo pienso que no hay tierra que sea totalmente mala, así como no hay hombre que sea totalmente malo. Desafiamos, pues, la crítica de los vecinos y pusimos ahí los arbolitos.
Los cuidamos, claro, con especial esmero. Jamás les faltó el agua, ni el abono. Tampoco les faltó una oportuna poda. Y ahora ellos se disponen a darnos por primera vez su fruto con la ufanía con que un hijo entrega a sus padres el título profesional.
Lo bueno es que estos títulos se comen, y con ellos se puede hacer la riquísima "nogada de nuez", gala de gula del Potrero.
Yo también siento orgullo de padre. Ganas me dan de decirles a los nogales: "Gracias, hijos".
¡Hasta mañana!...
