John Dee fue dueño de la mejor biblioteca de su tiempo. En ella estaban los mejores libros de la antigüedad helénica y latina; las obras de los más grandes sabios árabes y judíos; las modernas producciones de autores como Rabelais, Dante y Chaucer.
Cierto día el deán de la catedral fue a conocer esa biblioteca. En silencio pasó frente a la estantería mirando fijamente los volúmenes. Al terminar el recorrido le preguntó, ceñudo, a Dee:
-¿Dónde están los libros sagrados? No los veo.
-Señor -le respondió el filósofo-, todos los libros que tengo son sagrados.
No dijo nada el deán, pero pensó que seguramente John Dee se iba a condenar. Quienes únicamente han leído libros sagrados piensan siempre que quienes no los han leído se van a condenar.
¡Hasta mañana!...