El mar estaba tempestuoso.
(Para los efectos de un relato el mar debe estar siempre tempestuoso).
No se veían las estrellas en el cielo, por la tormenta, y el viento y la cellisca hicieron que el faro se apagara.
Entonces el marinero extravió el rumbo. Se habría perdido irremisiblemente de no haber sido porque a lo lejos vio dos luces. Enderezó el timón hacia ellas y pronto llegó a seguro puerto.
Nadie le supo decir qué luces habían sido aquellas. Yo diría que fueron los ojos de la mujer que lo amaba y que en el muelle aguardaba su llegada. Sin embargo, el sentido de la realidad me indica que no hay mujer que vaya al muelle cuando hay tormenta y soplan violentamente el viento y la cellisca.
Entonces debo confesar que tampoco sé qué luces fueron aquellas que el marinero vio.
¡Hasta mañana!...