Lo vieron el otro día, cerquita del Potrero.
Un oso negro, grande, con pelaje lustroso y señas de estar muy bien alimentado.
Hubo júbilo cuando se supo la noticia y se hizo un pacto tácito entre los campesinos: nadie molestará al animal cuando lo mire, ni menos aún intentará cazarlo.
¿Cuánto hace que no sabíamos de un oso por acá? Ya casi estaban en el olvido las historias que hablaban de esos gallardos habitantes del bosque y la montaña. ¿Por qué milagro ignoto apareció entre nosotros, mensajero de vida nueva, este grave y solemne visitante?
No lo puedo explicar. Y no me pesa: Los prodigios no son para explicarse; son para agradecerse. Doy las gracias al Señor y a su representante personal, la vida, por el don de esta amable criatura que camina libre y tranquila por entre los altos pinos de mi sierra.
¡Hasta mañana!...