Vivió en Saltillo, mi ciudad, un médico a quien la gente llamaba El Istafiate, pues para todas las enfermedades y dolencias recetaba una tisana de esa planta, a la que atribuía virtud de panacea.
Alto y sonoro nombre tiene el istafiate, o estafiate: Artemisia filifolia. Sólo eso bastaría para salvarla de la plebeyez. Pero además la Academia lo compara con el ajenjo, misteriosa hierba de la cual sale el licor que volvía locos a los poetas malditos y a los pintores marginados.
Mucha distancia hay de ajenjo a istafiate. Decir: "Beberé una copa de ajenjo" tiene clase, en tanto que "Tómate una taza de istafiate" suena a vulgaridad. Y, sin embargo, el ajenjo era amenaza de muerte, en tanto que la humilde hierba contiene una esperanza de salud.
Aquí se ve que las palabras son lo de menos, y las realidades lo de más.
¡Hasta mañana!...