-Soy el uno -me dijo de buenas a primeras.
-¿El del tango? -le pregunté sin entender.
-No -aclaró-. El de los números.
-Ya veo. ¿En qué puedo servirle?
-Dígales a los demás que soy el número uno.
-Lo haré. Pero debo advertirle que el números dos vale dos veces uno, y que el tres contiene otros tantos unos. Si lo desea le sigo.
-No es necesario -respondió mohíno-. Usted quiere decir que aunque yo sea el número uno los que no son el número uno tienen más unos que yo.
-Así es, dicho sea con el mayor respeto.
-He aprendido la lección. Con el mayor respeto trataré en adelante a los demás.
-¡Caramba, lo felicito! ¡Creo que está usted empezando a ser verdaderamente el número uno!
¡Hasta mañana!...