Lo más probable en los próximos años es que, con Estados Unidos creciendo a tasas modestas y con más inversión que consumo, no podrá brindar a México tasas mayores de 2.5% de crecimiento. Para que México crezca más, su demanda interna deberá recuperarse. Esta demanda no podrá sustentarse en el consumo, porque el grueso de la población recibe ingresos muy bajos y muchos están en su límite de deuda. Y por cierto, ahí se verá si la reforma financiera fue capaz de redirigir el crédito hacia empresas para que creen empleo y no tanto hacia el consumo.
Los datos más recientes muestran un nulo aumento en la población ocupada. Según el Inegi, en el año transcurrido hasta el tercer trimestre de 2013, la población ocupada disminuyó en 4 mil 274 personas. Quizá por un milagro que el Inegi tendría que explicar, la desocupación no saltó, cuando la población total aumentó en 1.3 millones y la de 14 años y más lo hizo en 926 mil.
Una razón es que la población no económicamente activa (misma que se excluye del cálculo para el desempleo) aumentó en 867 mil. Pero aun así, los datos sobre ingresos de los ocupados indican que no hay capacidad de compra creciente. Quienes ganan hasta un salario mínimo se redujeron en 157 mil, pero aumentaron los que ganan entre uno y dos, en lo que parece ser una mejoría de ingresos de niveles de suma precariedad a niveles de precariedad. Esto porque aun dos salarios mínimos son sólo entre 3 mil 700 y 3 mil 900 pesos al mes. Para la familia promedio, significa 907 pesos por persona al mes o 30 pesos diarios.
En ese período bajó el número de quienes ganan entre dos y tres salarios mínimos en 545 mil personas. Esta baja superó al aumento de los que ganan más de tres salarios mínimos, de 448 mil. En suma, en la población que se considera ocupada, hay un movimiento hacia salarios marginalmente mejores, pero los niveles absolutos siguen muy bajos y no sabemos qué pasó con esos 867 mil que no son activos y aparentemente no buscan empleo.
Así, el motor de cualquier recuperación significativa tendrá que ser la inversión, principalmente de las empresas, aunque la del gobierno debe ser el impulsor de aquélla. Aunque la reforma de energía puede generar inversión, la de exploración y producción petrolera generaría poca, pues las empresas emplearán equipos extranjeros en zonas confinadas a sus proyectos.
En electricidad podría haber un poco más de inversión, pero va a ser a costa de reducir la inversión de la CFE, pues los inversionistas privados le quitarán mercado. En refinación y petroquímica sí puede haber inversión privada que hoy no se hace, pero va a requerir de reglas muy claras y sobre todo de que Pemex les garantice los precios de la materia prima, el petróleo crudo en niveles bajos y que no tengan que contratar con el sindicato de Pemex.
También puede haber más inversión vía expectativas de que la Reforma Energética inaugura un período de crecimiento acelerado. Pero al final todas estas nuevas fuentes de demanda interna pueden no ser suficientemente fuertes para impulsar la demanda interna mientras el empleo y los salarios no mejoren significativamente. La inversión sostenida necesitará un mercado más fuerte y dinámico que el que hemos tenido en las últimas tres décadas.
Y más importante que las grandes reformas y los programas sociales será la respuesta de millones de empresarios pequeños y medianos, los únicos capaces de generar suficiente empleo. Esta será la prueba de si la Reforma Fiscal logró impactar positivamente a este sector.
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