La nuestra es una generación que creció escuchando música, buena música.
En la mayoría de las casas había aparatos para escuchar discos y nuestros padres tenían música de toda, pero especialmente romántica.
Los discos de Lara, de Pedro Vargas, Toña la Negra, Emilio Tuero y muchos más, inundaban de música la casa desde el alba hasta el anochecer.
Me acostumbré, desde muy temprana edad, a las tardes de bohemia, cuando mi padre se reunía con don Arturo Ovalle a tocar el piano y a cantar. Yo los escuchaba desde la calle, sin que ellos me vieran y así me iba aprendiendo viejas canciones que no fueron de mi época, pero con unas letras hermosas.
Aquellas canciones sí tenían sentido, no como las que se impusieron después.
Esas canciones eran poemas al amor, la mujer, la belleza y el placer. Narraban historias de vida, no en balde Lara fue el "músico poeta".
"Vende caro tu amor, aventurera…Que aquel que de tus labios la miel quiera, que pague con diamantes tu pecado".
"Blanco diván de tul aguardará, tu exquisito abandono de mujer…".
Más tarde llegarían Manzanero y hasta Juan Gabriel, con letras que significaban algo, vivencias puras, como las de Cantoral. Ya no se diga de los extranjeros como Milanés y Silvio.
"Todavía quedan restos de humedad. Tus olores llenan ya mi soledad…".
"Reloj no marques las horas. Porque voy a enloquecer"…
Y podríamos llenar páginas enteras con frases de canciones que son verdaderos poemas.
Claro está que es explicable el que en alguna ocasión, grandes poetas extranjeros se confundieran como le pasó a Pablo Neruda.
Cuentan que estando el chileno en México le preguntaron qué pensaba de los poetas mexicanos, Pablo respondió:
"Mire usted. Los mexicanos suelen hacer poesía de las cosas más sencillas. Ahí tiene usted a José Alfredo Jiménez, cuando dice: "En la estación de Irapuato cantaba los horizontes". Se imaginan ustedes cómo debe haber visto José Alfredo esos cielos, pintados de colores rojos y rosados, ahí cantando a la distancia".
Pero enseguida lo interrumpe otro periodista y le dice: "Maestro. Los Horizontes era un trío que cantaba canciones en la estación del tren de Irapuato"; a lo que el poeta sólo pudo añadir: "Ah, qué caray…".
Pero Ricardo Neftalí no andaba tan errado, los compositores mexicanos eran verdaderos poetas, que hacían, como en los tangos, de cada historia de vida una canción.
Por ello, cuando hace muchos años, nos reuníamos al rededor del piano de Rodolfo Díaz Vélez, un grupo de amigos, a cantar, si era preciso toda la noche, mi querido Toño se asombraba de que me supiera canciones muy antiguas, como las de Juan Pulido.
Y yo le aclaraba: "Maestro, yo crecí escuchando esas canciones y a fuerza de escucharlas me las aprendí".
Por cierto, a Toño le encantan los tangos y por él aprendí algunos poco conocidos, como aquel que comienza diciendo: "Flaca tres cuartos de cogote, la percha en el escote, bajo la nuez…".
"Y pensar que hace algún tiempo, fue mi locura. Que llegué hasta la traición por su hermosura…".
Y en aquellos momentos, yo juraba que el espíritu de Gardel inundaba la sala de Rodolfo y se posesionaba de la voz de Toño que cantaba con una fuerza que parecía que en ese momento estaba viviendo la tragedia.
Por eso aquellas eran canciones y lo siguen siendo, no como las letras de ahora que son puras frases insulsas o puro ruido, como el "Ponchis, Ponchis…".
Se requiere otra tarde de bohemia, como aquellas en que Rodolfo tocaba y tocaba, el piano, interminablemente mientras su copa de coñac estuviera llena. Y nosotros la manteníamos así: Llena.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".