Esta Semana Santa, que apenas se inicia, nos ha hecho voltear los ojos al Papa Francisco, por ser la primera de su pontificado.
Y en un mensaje dirigido a los jóvenes el Papa recordó unas palabras de su abuela, que refiriéndose al dinero, decía: "El sudario no tiene bolsillos".
Ni el sudario ni la mortaja tienen dónde guardar un centavo y aunque lo tuvieran, de nada nos servirían. Todo se queda aquí y, por tanto, sin derroches, todo hay que gastarlo aquí.
Por eso las monedas son redondas, para que rueden, para que circulen. Atesorarlas no tiene ningún sentido. Son bienes que nos han sido dados para compartirlos y de manera especial, con los que más lo necesitan.
Pero el mundo de los jóvenes actuales es un mundo de competitividad, de acumulación y presunción.
¿Quién tiene la mejor casa? ¿Quién usa el mejor coche y la mejor ropa de marca? Ése es un muchacho de éxito, según la creencia entre ellos.
Además, no acumulan sabiduría sino conocimientos. Cualquier duda no recurren a los libros sino a la Internet. Se comunican con tres palabras y dos "güeyes" y lo hacen sin distingos de sexo.
Vivimos en el mundo del tener y ellos sólo siguen y exageran el ejemplo. Se sienten menos porque no tienen, cuando lo tienen todo: Salud y juventud, y un mundo por delante para conquistarlo y ser felices.
Por eso Francisco hace bien en marcarles ese camino. Nada te llevarás. Así como viniste, así te irás.
En una caja con cenizas, si acaso cabría un par de monedas para pagar el peaje al otro mundo, como en la antigua costumbre egipcia, para cruzar el lago Estigia.
Aprendamos a ver por nuestros hermanos y los necesitados. No es necesario repartir grandes fortunas, sino aunque sea un poco de lo que poseemos.
Nunca podremos realmente ser felices, si quienes nos rodean se debaten en la indigencia.
Los jóvenes tienen que aprender que el dinero tiene una función social. Que es simplemente un medio no un fin para ser felices.
Nos proporciona satisfactores, pero como dijera San Francisco de Asís: "No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita".
Y en realidad, podemos vivir con tan poco, que todo lo demás son cosas superfluas, necesidades que nos inventamos nosotros y que simplemente nos conducen a mayores necesidades. Es la eterna insatisfacción.
Creemos que al alcanzar una de ellas, lograremos la felicidad. Pero siempre aparee algo más que no nos deja ser felices.
Es como la tecnología. Apenas conseguimos el celular o la computadora más novedosa, cuando ya hay en el mercado otra mucho mejor y más costosa. Ese es el cuento de nunca acabar.
Igual sucede con las riquezas. Entre más tienen, más quieren y nada les parece suficiente.
Por ello también Francisco decía: "Deseo poco; y lo poco que deseo lo deseo muy poco".
Creo que el Papa hace bien en marcar estas pautas. Los cristianos no podemos ser una grey de ricos. Porque además, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja a que un rico entre en el reino de los cielos.
Y menos si el camello va cargado con alforjas llenas de oro.
Por ello, con frecuencia me pregunto: ¿Cómo es posible que en un país como el nuestro, con tantos millones de pobres, habite en él el hombre más rico del mundo?
Y sin embargo, así es. Y todavía hay quienes lo halaban y lo ensalzan, cuando sería para criticarlo.
Perdónanos Señor, porque no sabemos lo que hacemos.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".