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No bajar la guardia

Por Salvador Kalifa

La crisis financiera de 2008 y la Gran Recesión de 2009 resucitaron la idea keynesiana de estimular las economías con políticas públicas expansivas, como la inyección de circulante y el incremento en el gasto público. Esto se generalizó en diversos países, sobre todo en las naciones avanzadas, lo que sin duda ayudó a evitar una Gran Depresión como la de los años 30's.

Lamentablemente, como con cualquier medicamento, hay consecuencias indeseables. Un nivel de gasto creciente en una economía en crisis llevó a un alza importante del déficit y la deuda pública.

La mayoría de las economías avanzadas incrementaron su deuda pública aceleradamente desde la crisis de 2008-2009, lo que las coloca ahora ante un nuevo problema, donde el nivel de endeudamiento, que no es sostenible en el largo plazo, requiere de ajustes severos en gastos e ingresos.

Los países endeudados en Europa, así como Estados Unidos (EU), cuentan hoy día con muy poco o nada de margen de maniobra. La política presupuestal, otrora expansiva, tiene ahora un sesgo marcado hacia la austeridad, donde aumentan los impuestos y se reduce el gasto público.

Esto en una época donde el desempleo, un lustro después, rebasa el 25 por ciento en España y Grecia, mientras que no logra disminuir de casi 8 por ciento en EU. Es evidente que para abatir la desocupación no ayudan las políticas contractivas. De hecho, este problema podría frenar el crecimiento económico mundial, según advierte el Fondo Monetario Internacional.

La carga de la recuperación y del saneamiento de las economías desarrolladas cae, por tanto, en la política monetaria, que hasta ahora ha podido continuar siendo extremadamente laxa ante la estabilidad de los precios y de las expectativas inflacionarias.

Ésa, sin embargo, es una política con resultados muy limitados sobre el crecimiento y no puede aplicarse de manera indefinida. Tarde o temprano tendrá que revertirse para evitar la reaparición y el exacerbamiento del fenómeno inflacionario.

En ese contexto, el desenlace de esta historia de políticas expansivas, déficit, deuda y luego la austeridad todavía es un misterio. La esperanza es que las autoridades de los distintos países tengan el tino suficiente de aplicar las medidas apropiadas en las dosis correctas, para que al final se pueda superar, en definitiva, el trance económico actual.

Durante todo este tiempo, mientras los países ricos se debaten entre el desempleo y la austeridad, las finanzas públicas de México y su política monetaria han tenido, a los ojos de propios y extraños, un comportamiento ejemplar.

Eso se debe, en mucho, a que nuestro país pareciera haber aprendido durante sus crisis pasadas la lección de los daños que causan los déficits altos y las deudas inmanejables.

Desde fines de los años noventa se registra un comportamiento sano en las finanzas públicas, con varios años de balance presupuestal que llevaron el nivel de la deuda pública total bruta a un mínimo de 22.5 por ciento del PIB en 2006.

Esa disciplina fiscal ayudó a que la crisis económica mundial de 2008-2009, si bien trastornó severamente nuestra actividad económica en 2009, no tuviera repercusiones duraderas. En esas condiciones se pudo, además, ejercer un mayor gasto público y una política monetaria laxa tratando de estimular la economía.

El gobierno de Enrique Peña Nieto, sin embargo, no debe bajar la guardia. En la actualidad, si bien los niveles de déficit presupuestario y deuda pública no son alarmantes, su tendencia durante la administración de Felipe Calderón no fue saludable.

En ese sexenio se gastaron prácticamente todos los ingresos extraordinarios por la exportación de petróleo, así como se amplió el déficit presupuestal, que al cierre del año pasado se ubicó en alrededor del 2.6 por ciento del PIB.

La deuda pública como porcentaje del PIB pasó de su mínimo en 2006 a 35.5 por ciento al cierre del año pasado. Este último indicador, si bien todavía es razonablemente bajo, más si se compara con los niveles de deuda de los países desarrollados, registra una tendencia que no debe continuar.

Por ejemplo, si se sostuviera el crecimiento de la deuda púbica del sexenio anterior, a fines del actual llegaría a representar alrededor del 50 por ciento del PIB, que bien pudiera ser el umbral de ulteriores problemas financieros para el país como ha sucedido en el pasado.

Estamos en buen tiempo para evitar esos problemas y seguir con una opinión favorable sobre el manejo de nuestras políticas públicas. Para ello se necesitan, entre otras cosas, mantener la disciplina presupuestal y una reforma tributaria que proporcione fuentes más sanas y duraderas de financiamiento.

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