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No es lo que hacemos...

ADELA CELORIO

En este amoroso febrero resulta imprescindible comenzar esta nota con un poema del recién fallecido Rubén Bonifaz Nuño (1923-2013) quien fuera ensayista, historiador, académico de la lengua y sobre todo el exquisito poeta de "El Dolorido Sentir", "Lo Mismo, pero Diferente", "Albur de Amor" y tantos otros. Él se fue, pero dejemos que nos acompañen sus palabras:

"Que el amor sea con nosotros/ errantes en círculos perpetuos/ donde todo empieza en cada punto/ Todo trabajo es nuevo ahora/ es nueva ahora tu palabra/ en cada ocasión que me designa/ Vértigo inmóvil de la rueda/ estable torre de la flama/ quietud paciente de la lluvia. / De tan rojas, brillan y azulean/ las viejas lumbres de mis huesos/ y todo transcurre hacia sus causas".

Y ahora una breve historia de desamor. Una vecina me invitó hace apenas unas noches a escuchar una conferencia que impartía el maestro Chandra Choubey, director del Departamento de Humanidades del Tec. de Monterrey, Campus México. Cansadísima y de mala gana asistí sólo porque como ya dije se trataba de una muy buena vecina a cuya casa me desplacé caminado. Como burro en cristalería, con mi ruidosa aparición interrumpí la charla. Lo primero que me sorprendió fue la luminosa sonrisa con que el expositor acogió mi imprudencia. Aparecí cuando el maestro contaba la historia de una joven que desesperada le informó a su madre que ya no soportaba a su marido y que quería matarlo. -No te aflijas, yo te ayudo; se ofreció la madre. Pues sí, pensé; si uno no apoya a su hija ¿entonces quién? Entregando la letal pócima a la joven, la madre le advirtió: Esto es un veneno muy eficaz, sólo que lo debes administrar muy lentamente y a cuentagotas para que nadie pueda detectarlo. Tardará un poco, pero finalmente tú y yo celebraremos su entierro. ¡Ah!, y un último consejo: para que tu marido no sospeche nada, debes volver a tratarlo como cuando lo amabas. Es necesario que tengas para él los mimos con que lo agradabas cuando eran novios. Que lo seduzcas como lo hacías durante los primeros años de casados, los platillos que le preparabas, la forma en que disponías la mesa, la casa, la cama. ¿Cómo era tu tono de voz cuando le hablabas, cómo tu sonrisa cuando lo mirabas? Si realmente quieres matarlo, debes hacerlo todo tal y como te lo estoy indicando. Con la pócima en las manos, la hija abandonó de casa de su madre pensando en la ropa que se pondría para el funeral. -Haz una lista, había dicho la madre de las cosas lindas que has dejado de hacer y aplícate. La hija obediente anotó: buena cara, buena palabra, buena voluntad, sonrisas, música. ¿Cuáles eran los platillos que él prefería? Tuvo que hacer un esfuerzo porque ya lo había olvidado. ¿Y el peinado, y el perfume, y las flores en el jarrón? Lo más difícil fue poner buena cara a aquel tipo que se había convertido en ochenta kilos de carne desparramados frente al televisor. ¡Lo odio!, pensó al verlo y se apresuró a preparar la primera dosis que ofreció al marido diluida en un magnifico café exprés cortadito como recordó que le gustaba.

Él, ni gracias dijo, pero visiblemente satisfecho lo bebió y siguió mirando el fut. ¡Ha ha haaa…! vamos bien, pensó la joven esposa y para apresurar la segunda toma preparó las enchiladas que su suegra le había enseñado a cocinar porque según le dijo, eran las favoritas del ¡hijoesú…! Cuando todo estuvo listo, dispuso un viejo C.D. con los boleros que habían musicalizado su romance. "Somos Novios", "No se tú".

De pronto la frustrada esposa se encontró canturreando con Manzanero: Contigo aprendí, que la semana tiene más de siete días…". Extrañado al oírla, el marido apagó la tele y apareció en el comedor para devorar en silencio sus enchiladas. Con el claro objetivo de deshacerse cuanto antes de aquel adicto contumaz a toda clase de futboles -televisados por supuesto- la joven no escatimó ninguno de los detalles recomendados por la madre. Poco a poco el marido dejó de tragar sus alimentos frente a la pantalla, y una noche al llegar, sorprendió a la esposa con un pequeño ramo de jazmines.

-Una pobre mujer me las ofreció en la ventanilla del auto y no pude decir que no, se justificó. Una noche, para la cena sirvió dos copas de vino y le dijo a su mujer: Intuyo que tienes un secreto, no sé cuál sea, pero brindemos por él. Asustada, a la mañana siguiente la mujer corrió a casa de su madre: Por favor, ayúdame, no quiero que mi marido se muera, no me había dado cuenta de cuánto lo amo.. No te preocupes, respondió la madre. Las gotas son sólo agua azucarada, sólo quería que entendieras que el amor no se acaba por lo que hacemos, sino por lo que dejamos de hacer. ¿Será?

adelace2@prodigy.net.mx

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