Nuestra historia ha conocido épocas terriblemente sangrientas como la mortandad que dejaron una guerra desigual y una revolución que intentó -sin lograrlo- igualar en derechos a los mexicanos. Morir por la patria, por la libertad, por la democracia; tuvo entonces un sentido. El número de muertos por violencia con que nos desayunamos cada mañana, no tiene sentido alguno. Nos secuestran, nos mutilan, nos torturan y nos matan sin que sepamos por qué. Es indudable que la altísima dosis de sangre, tortura y muerte que nos receta el cine, la tele y hasta los inofensivos jueguitos electrónicos; ha infiltrado entre nosotros la cultura de la violencia; de tal manera que en vez de ser un escándalo, la muerte se ha convertido en un asunto cotidiano. Hoy tres, mañana cinco o treinta y cinco personas asesinadas y descuartizadas; nos informan sin que tal horror nos escandalice. El principal pecado de nuestra sociedad es la crueldad (palabra que viene de couor que significa sangre derramada).
Ante la impotencia, hemos caído en el cinismo de agradecer que las víctimas sean otros y no nosotros. Y sin embargo, matar es la más antinatural de todas las acciones porque va contra nuestra humana naturaleza; aunque sólo se trate de aplastar una cucaracha. ¿Qué es entonces lo que ha tenido que suceder para que la delincuencia más despiadada se haya gestado entre nosotros? ¿Qué ha ocurrido en el alma de una sociedad para que la delincuencia organizada y aún la desorganizada que aprovecha el río revuelto para hacer de las suyas; se ensañen tan cruelmente con la sociedad? Creo entender que el narcotráfico mueve cantidades sólo imaginables para nuestros políticos o los líderes sindicales que todos conocemos por el cinismo con que exhiben sus fortunas; pero me cuesta trabajo creer que tanta crueldad se trate sólo de dinero. La mayoría de los pobres no son delincuentes. Entiendo que entrarle al negocio de la droga es para muchos jóvenes "la opción" Un horizonte de ensueño, camionetas blindadas, carísimos relojes, pistolas con cacha de oro, aviones, ranchos, casas, mujeres e hijos… todos en la sombra, sin nombre ni identidad legal.
Un mundo donde hasta los chiquillos nacen fuera de la ley y viven expuestos a la ráfaga de balas y a una mala muerte. Montones de oro que no sirve ni siquiera para comprar un sueño tranquilo o darle a la prole la oportunidad de vivir. Panteones con tumbas de adolescentes y jóvenes son la crónica de la incesante tragedia. Varias generaciones sepultadas. Varias de huérfanos y viudas. -No olvides que hay algunos capos con suerte -me recuerda mi Querubín- y pues sí, ni quién lo dude.
Capos que con sus inmensas fortunas compran unos meses y hasta algunos años de miedo, de huida, de vivir en las sombras que es también una forma de cautiverio. La moderna tecnología no deja escapatoria ni rincón del mundo donde puedan ocultarse, sólo es cuestión de tiempo y ellos lo saben. Sólo si tienen mucha suerte; en lugar de la muerte ruin que han tenido sus antecesores, acabarán su vida en una prisión. Y sin embargo muchos jóvenes siguen creyendo en el horizonte de ensueño. Siguen invirtiendo talento, creatividad, energía y capacidad de organización en la que por donde quiera que se vea es la industria del miedo, de la muerte y la destrucción. ¿Habrán imaginado alguna vez los capos lo que serían capaces de crear, de construir si aplicaran su inteligencia para la buena vida? Con el glamur acostumbrado y una bolsa de algunos miles de millones, el Presidente Peña Nieto dio banderazo a una nueva cruzada para la prevención de la violencia y la delincuencia. Una nueva estrategia que consiste en recomponer el tejido social ofreciendo opciones de salud, educación y trabajo a las comunidades más castigadas por la pobreza. Arranca pues la danza de los millones, de los nombramientos, de las instalaciones y todo el aparato burocrático que consumirá la mayor parte de la bolsa. Ese es el modus operandi y no hay remedio. Eso es lo que hay y lo único que podemos esperar es que funcione porque en las pascuas priistas que nos muestra la tele, hay nombramientos, sonrisas, viajes, fotos del presidente con los más altos dignatarios del mundo. Hay acuerdos, iniciativas y besitos; pero la delincuencia golpea cada vez más fuerte y si nuestros servidores públicos no se aplican con honestidad a la tarea que les hemos encomendado, lo único que nos queda es pedir de rodillas a los señores delincuentes que por favor, ya no nos maten.
Es muy comprensible que no estén de acuerdo con el injusto sistema en que vivimos. Salvo a los beneficiarios a nadie le gusta; aunque es evidente que sólo podremos cambiarlo luchando desde la vida, porque desde la muerte nada puede remediarse.
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