La segunda alternancia se inaugura en el consenso, pero no es claro si el consenso es, para el gobierno, instrumento u objetivo. Si es instrumento parece una herramienta inadecuada; si se hace del consenso un propósito, encallará pronto, como tantos otros abrazos infértiles de nuestra historia reciente. El gobierno no buscó formar una coalición gobernante: la ensambladura de una mayoría suficiente para un paquete compacto de reformas relevantes. Por el contrario, quiso abrirse simultáneamente a sus dos flancos y proyectar la imagen de un gobierno de unidad nacional que no impone sino que dialoga y acuerda. El consenso puede ser palanca de algunas reformas en las que, efectivamente hay un acuerdo de la clase política, pero también puede ser un cerco, cuando se concede a cada fuerza política el poder de veto.
Las oposiciones, tan preocupadas por el peligro de la restauración, prefirieron distanciarse de su pasado inmediato que marcar distancia frente al pulpo que pretende abrazarlo todo bajo el discurso de la conciliación. Serán necesarios los pactos, pero también es indispensable cuidar los desacuerdos. Acción Nacional y el Partido de la Revolución Democrática recibieron el mandato de ejercer oposición. Oposición responsable, claro; dialogante, por supuesto. En ocasiones, una oposición dispuesta a la colaboración y al acuerdo. Pero oposición a fin de cuentas. El consensualismo es una anomalía democrática.
¿Cuál es la diferencia entre un rostro bello y uno atractivo?, preguntaba Fernando Savater a principios del año pasado en un artículo publicado en El País. "Pues que el bello omite los defectos y el atractivo los tiene, pero irresistibles", respondía. "La perfección que respeta todas las normas clásicas merece el encomio gélido del museo, pero cuando la imperfección acierta nos la queremos llevar a casa y vivir con ella y para ella. Se hace admirar lo que cumple las pautas y se hace amar lo que las desafía. Y eso en todos los campos, eróticos o artísticos. Hasta en política."
Murió la poeta polaca Wiszlawa Szymborska. Escribió sobre la sopa de fideos, sobre su hermana que no escribía poemas, sobre la paciencia de un terrorista, sobre la alegría. También sobre la muerte, sin exagerar:
No existe vida
Que, aun por un instante,
No sea inmortal.
La muerte
Siempre llega con ese instante de retraso.
En vano golpea con la aldaba
En la puerta invisible.
Lo ya vivido
No se lo puede llevar.
En enero de 2012 David Pantoja publicó en Este país la traducción de un ensayo de Pierre Rosanvallon sobre el populismo donde advertía de la seducción de sus simplificaciones. El populismo es la sombra de nuestro tiempo. Si el siglo XX estuvo marcado por el totalitarismo, tal vez el nuevo siglo quedará tatuado por el populismo. La palabra es confusa, pero hay tres simplificaciones que la definen. Primera: considerar que el pueblo es un sujeto evidente, definido sencillamente en contraposición con las élites. Segunda: fustigar a la democracia representativa como un sistema esencialmente corrupto: una grotesca simulación. La democracia de verdad sería el imperio directo del Pueblo a través de sus movilizaciones y de la voz que responde en afirmativo unánime a las preguntas del líder. Tercero: creer que lo que cohesiona al pueblo es una identidad definida negativamente a partir de la estigmatización de aquellos a los que hay que rechazar.
Frente a la tentación de simplificar la democracia, concluye el politólogo francés, "es necesario complicarla." Pero el atajo del populismo seguirá presentándose como alternativa mientras las complicaciones del régimen representativo sean tercas denegaciones.
En una nueva biografía de Robespierre encuentro un juicio de Condorcet sobre el jacobino.
Robespierre predica, Robespierre censura. Es un furioso, un solemne. Es la melancolía, la falsa exaltación; lógico en sus pensamientos y en su conducta, estalla contra los ricos y los poderosos; vive frugalmente y no tiene necesidades físicas. Sólo tiene una misión que es hablar... y habla casi todo el tiempo. Tiene todas las características, no de un líder religioso, sino del líder de una secta. Ha construido una reputación de austeridad que colinda con la santidad. Robespierre es un cura y nunca será otra cosa.
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