No cabe duda que la vida se nos esfuma entre los dedos, avanza rápidamente, envejecemos sin darnos cuenta, a pesar de que los candidatos no cambian, pero enfrentamos una vez más las elecciones. Y una vez más nos topamos ante el dilema de nuestra decisión, ante el conflicto que se nos planteó para seleccionar con mucha incertidumbre alguna de las opciones disponibles, no del todo confiables o esperanzadoras, producto de las amargas experiencias del pasado. Nos enteramos que se avecinaban las elecciones tanto en Coahuila como en Durango, en parte por los grandes espectaculares brillando al sol al ser tan espectaculares las enormes sonrisas y la avidez de los ojos que parecían musitar ciertas promesas secretas y planes escondidos de agendas voluminosas pero inciertas. Supimos igualmente de las elecciones por los millones esparcidos entre tantos partidos desconocidos y fantasmas que nacen al fragor del combate para luego desaparecer al igual que las comparsas después de un martes de carnaval. Asimismo, reconocemos estas festividades gracias a los otros millones desviados a la publicidad insertada en los diversos medios de comunicación que hacen eco a las sólitas voces y los sólitos colores desmejorados de tales partidos, que una vez más en estas fechas han recibido vitaminas, con una nueva dosis mágica de maquillaje rejuvenecedor y de cirugía cosmética para facilitar esos intento de misiones utópicas. A la vez, estuvimos conscientes de que es una época de campaña y de repartición, cuando otros tantos millones se asignaron caritativamente entre cientos o miles de desempleados y acarreados que han invadido los cruceros o la fastuosidad de ese nuevo escenario que es nuestra Magna Plaza con sus banderitas, cachuchas, playeras, calcomanías y gritos destemplados, en un esfuerzo más por convencernos de la bondad del partido que sigue siendo oficial, a la vez que nos han hecho sentir partícipes de algún filme de ciencia ficción o de una comedia romántica al estilo democrático hollywoodesco. Pero finalmente, la señal más intensa y contundente de este momento crucial de las elecciones, ha sido cuando nos hemos enterado que tanto el gobernador de Coahuila, como el de Durango hicieron sus apariciones en estas tierras desérticas para extender sus manos y sus miradas entre nosotros y solícitamente dejaron salir sus palabras, para hacernos sentir una vez más su presencia, renovar sus promesas y poner en claro, que después de todo no es cierta nuestra orfandad y desamparo, ni tampoco somos los hijos tan abandonados o rechazados que creíamos ser. Y como prueba fehaciente, hemos corroborado milagrosamente, como en una armoniosa sinfonía de colores, bajo un cielo azul y candente, de reflejos rojos, blancos y verdes un tanto deslavados, como los equipos de trabajadores anaranjados se pusieron a colorear de amarillo calles y banquetas, mientras las máquinas repavimentadoras volvieron a la vida cual flores en primavera e intentaron despejar la maleza y componer las desde hace tres años agujereadas, destrozadas, desvencijadas, descuartizadas y fragmentadas calles y avenidas de estas ciudades abandonadas, que habían clamado su desgracia y su descuido durante tanto tiempo, sin que la ausencia jamás las escuchara. Pero aún hay más, porque tendremos mejores batallones de soldados, de policías municipales, estatales, federales, con más armas, más tanques, más patrullas, más helicópteros y todo aquello que nos proteja y nos dé la seguridad que merecemos en esta guerra civil y en este estado de sitio en que vivimos desde hace varios años, especialmente en un momento de elecciones.
Sí, así es, el domingo pasado fue domingo de elecciones, y enfrentamos tantas opciones para escoger, no necesariamente sobre los partidos reales o fantasmas de las papeletas, o sobre los candidatos también reales o fantasmas, sino más bien sobre nosotros mismos reales o fantasmas como seamos, y el papel que jugamos actualmente en este escenario tan lagunero y tan mexicano. Quizás los mexicanos somos demasiado predecibles y compulsivamente repetimos una y otra vez la sólita historia, los sólitos errores y al igual que el ganado nos dejamos jalar siempre hacia el mismo barranco. ¿Cómo influyen en nuestras vidas tantos mensajes y acontecimientos reales o ficticios, alucinatorios, fantasmales, caricaturescos, surrealistas, barrocos, teatrales, cirqueros o como les queramos llamar, porque a la larga todos vienen a pregonar lo mismo? ¿Cómo influyen sobre nuestra salud mental y física, interconectadas ambas en cada uno de nosotros, mientras intentamos nuestro mejor esfuerzo para sobrevivir esta locura que enfrentamos? Sí, así es, se pasó el domingo de elecciones y de seguro nos quedamos rumiando sobre ¿Cuál podría ser la opción mentalmente saludable?