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NUESTRA SALUD MENTAL

Dr. Víctor Albores García

ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A.C. (PSILAC)

CAPÍTULO ESTATAL COAHUILA DE LA ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA

VAN GOGH, FILADELFIA Y LA PSIQUIÁTRICA AMERICANA

(CUADRAGÉSIMA NOVENA PARTE)

Afortunadamente para bien de México, no todas las familias, ni todas las instituciones educativas, se encuentran en ese estado tan deplorable y deteriorado de descomposición, desorden y corrupción como se planteaba la semana pasada. Sabemos, somos testigos y además tenemos que confiar en la existencia de semillas saludables todavía, gracias a las cuales y con gran esfuerzo, nuestra sociedad intenta mantener cierta estabilidad que la mantenga lo más cercanamente posible a un equilibrio saludable que le permita protegerse y compensar o neutralizar un tanto quizás, esas barbaridades que están ocurriendo en otros espacios. Sin embargo, tenemos que pensar que este tipo de patología social y psiquiátrica que se ha mencionado como parte del TDAH (trastorno por déficit de atención), pero especialmente combinado en grado superlativo por los rasgos genéticos de personalidad antisocial que se presentan en nuestra población, lleva consigo una fuerza arrolladora, un ímpetu hasta cierto punto invasor e incontrolable que desgraciadamente contagia e influye directamente sobre muchos de los demás sistemas e importantes grupos sociales públicos y privados que naturalmente en una u otra forma, también se encuentran relacionadas con el proceso de la educación, no necesariamente académica en las aulas, pero de esa otra educación popular que sucede en la calle, en el diario vivir de todos nosotros como mexicanos y que también funciona como modelo a imitar. Es así como entonces, si miramos a nuestro alrededor y observamos cuidadosamente y más de cerca nuestros rasgos culturales reflejados en la población y en un alto número de las instituciones que nos rodean, seremos testigos y podremos descubrir y confirmar otro tipo de ambientes y sistemas que se caracterizan por el desorden, el caos, las rivalidades deshonestas, las luchas de poder, la guerra campal y todos esos vicios que poseen las familias e instituciones educativas a los que me he referido semanas atrás. Se trata de sistemas cuyo objetivo principal no es directamente el educativo, pero que obviamente se constituyen en las imágenes de los modelos sociales fundamentales de nuestro país al formar ese conglomerado básico que son también nuestra matriz y nuestros cimientos, puesto que le dan vida y forma a la estructura social y cultural de México en una amplia gama de actividades que abarcan nuestra vida diaria. Ahí están plasmados los aspectos financieros, empresariales, administrativos públicos y privados, profesionales, artesanales, agrícolas, ganaderos, turísticos, técnicos, artísticos, legales, políticos, religiosos, los relacionados con la comunicación personal o masiva, y tantos otros sistemas y grupos sociales de mayor o de menor potencia y tamaño, que nos representan en todas direcciones a lo largo de nuestro territorio. Si aceptamos el hecho de que la familia y la escuela son nuestras instituciones básicas educativas primarias, y un porcentaje tan alto de ellas posee estos rasgos patológicos combinados que ya se han mencionado, no es raro deducir entonces, que un alto porcentaje de individuos nacidos y educados en dichos ambientes van a crecer, a desarrollarse, a ingresar y a pertenecer a otro tipo de grupos y sistemas de muy variada índole dentro de nuestro universo social. En tales ambientes ocuparán inclusive importantes posiciones de poder, autoridad y liderazgo, libres para ejercer así su influencia y dominio a través de su imagen, sus ideas, sus tendencias, sus conductas y su actividad en general, lo cual influirá naturalmente en la formación, composición (o descomposición), integración (o desintegración) y dinámica de estos grupos. Desde tal perspectiva, podríamos considerarlos como agentes patógenos, como una especie de virus o bacterias que se infiltran y contaminan rápida e intensamente a los demás grupos en los que se infiltraron, y en los que paralelamente se asociaron y formaron equipos o partidos con otros múltiples agentes patógenos ya presentes, para extenderse entonces en lo que bien podríamos considerar como una invasión o un contagio de dimensiones epidémicas aparentemente silenciosa o en otros casos sumamente escandalosa y ruidosa (Continuará).

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