El que haya ganado Roberto Azevedo, el brasileño, la dirección general de la OMC, será explicable, no por falta de méritos de Herminio Blanco, sino por el apoyo que recibió de países africanos, asiáticos y de varios otros "emergentes".
México, como país latinoamericano, ya ocupa con Ángel Gurría, un cargo de muy especial significación encabezando la OCDE, entidad que agrupa a los países más importantes del mundo. También tenemos en Alicia Bárcenas, la dirección general de la CEPAL, organización que cuenta entre sus méritos el haber revolucionado estructuras económicas internacionales marcando con principios de equilibrio y justicia para regir las relaciones entre los países más desarrollados y los de la "periferia" hoy "emergentes". Nuestra posición en el elenco de instituciones internacionales es prominente y digna.
La Organización Mundial de Comercio que ahora dirigirá otro latinoamericano, fue creada, en 1995 para sustituir al Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT) fundada por virtud de la Carta de la Habana de 1948 de la que México fue signatario. Fiel a su vocación primigénea, ha sido pétrea defensora de la vigencia de la Cláusula de Nación Más Favorecida, principio del clásico concepto del comercio internacional con su inseparable gemelo la completa apertura del mercado, que beneficia al consumidor, mientras que deja al trabajador a su suerte en el frío mecanismo del mercado.
La OMC se ha mantenido inflexible en lo que a la libertad de comercio se refiere declarando su cerrada oposición no sólo a subsidios y protecciones de cualquier tipo. Considera que sólo el intercambio absolutamente libre de mercancías y servicios abre la puerta al desarrollo integral de un país. Cualquier tipo de favor al productor distorsiona las fuerzas de mercado únicas que aseguran el equilibrio e igualdad de oportunidad para productores y consumidores por igual.
En este asunto la posición del director saliente, Pascal Lamy, ha sido invariable. La posición de México lo ha sido también negando a lo largo de los años toda medida que favoreciera el desarrollo de productores que se enfrentan a situaciones de desventaja competitiva por carestías e ineficiencias estructurales y no necesariamente por la concurrencia desleal de numerosas importaciones.
Contrario a lo que fueron los constantes apoyos aduanales, fiscales, financieras y administrativas a lo largo de la historia de las industrias y agriculturas de los países hoy más desarrollados, la adhesión en 1985 de nuestro país al GATT y posterior inclusión al OMC, significó la desaparición de las organismos y estructuras que favorecían el fortalecimiento de la planta productora nacional que teníamos.
La más reciente fase de este proceso se dio con el concienzudo desmantelamiento de las tarifas que se aplicaban a productos, tanto intermedios como finales, fabricados o cultivados por mexicanos alegando brindar al consumidor la mayor variedad de opciones a precios internacionales.
El efecto de privar al productor mexicano del margen arancelario necesario para enfrentar en igualdad la competencia extranjera ha sido la progresiva reducción de la planta industrial y agrícola y su conversión a representantes de artículos importados o el cambio de la actividad de manufactura por la del ensamble.
Las tesis de apertura máxima del mercado preconizada durante tantos años por la OMC y asumida sin restricción por México tienen que ceder ante la realidad de su alto costo en términos de empleo. Los empeños que nuestro gobierno tiene que emprender para construir con urgencia un gran tejido de cadenas de producción con sus correspondientes redes logísticas no admiten continuar con la política de abandono de las unidades de producción.
El cambio de mando en la OMC no favoreció al candidato mexicano que se comprometía a seguir la ruta ya conocida. Lejos estoy de alegrarme con la derrota de un distinguido mexicano en una justa internacional. Ambos candidatos se obligaban a sacar adelante la Ronda Doha. Basta notar, sin embargo, que Brasil, junto a India, fue muy activo en impedir que Doha consagrara aún más el aperturismo neoliberal, antiempleos, en que insistían los ya desarrollados.
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