Francisco Negrin, Civic Opera House, 2013. (Foto Robert Kusel)
Quizá no haya palabra más desacreditada, vapuleada y tergiversada que el vocablo «romanticismo». Cualquiera puede hacer la prueba y preguntarse qué es lo primero que le viene a la mente cuando la escucha.
Seguramente deambularán ideas llenas de corazones, melodías tiernas, el amor expresado en toda su iconografía alineada a la pasión y, en un descuido, la idea habrá llegado hasta el erotismo, sin embargo, lo anterior está muy lejos del verdadero significado de «romanticismo».
Esta palabra deriva de la voz francesa roman, que se traduce como «novela». Así, el romanticismo hace referencia a todo aquello que no puede ser expresado en palabras y necesita apelar a la metatextualidad de la novela o la poesía. El espíritu romántico hace que el mensaje huya de la estrecha prisión de las palabras en sí mismas, logrando crear un infinito mundo de posibilidades de comunicación.
En su carácter de infinitud, este mundo le está negado a la razón y la lógica. Por ello, el movimiento romántico es -por su naturaleza- lo opuesto al racionalismo y la ilustración.
Ser romántico es hacer patente que más vale el misterio que la maestría. La naturaleza es la maestra que nos indica que no hay masa, sino seres únicos que construyen, perciben y sienten, dando orígenes a tantas realidades como individuos creadores. Por eso, el hombre no necesita entenderse -ello sería imposible- simplemente aceptarse y perdonarse mutuamente.
Werther, la obra maestra de Johann Wolfgang von Goethe, es quizá el punto de partida más contundente de esta forma de hacer realidad -y conste que no se dijo «percibir» la realidad.
La vida encierra un cúmulo de misterios que escapan a la razón y la lógica, por lo que éstas nunca podrán entenderla, aceptarla o modificarla. Werther plantea esa posibilidad de entender a los enamorados sin esperanzas. Werther es la descripción de las amarguras, penas y sufrimientos que se encuentran en un amor no correspondido. No lo explica, ni lo entiende, simplemente hace que el lector viva y se viva en lo más profundo de esta experiencia; tal es la tarea. Asimismo, rompe la mente dual de lo bueno y lo malo, transitando al flujo del devenir.
De la misma forma, tratando de escapar del manto de la Ilustración, Goethe hizo de su obra un reflejo de sus experiencias amorosas -quizá demasiado románticas- tanto en la Margarita de su Fausto, como en la Charlotte de su Werther, escrita en 1774. Pero éstas, son apenas las semillas de una filosofía que, como siempre, nunca será bien aceptada por su época. Tanto el Fausto como Werther, fueron hechas óperas ya bien entrado el siglo XIX.
Por su parte, en 1879, Werther ve sus primeras notas impuestas por Jules Massenet, y en 1892, es estrenada en Viena. El argumento plantea una serie de pinceladas que desembocarán en el concepto propio del romanticismo. De entrada, hay una alusión directa a la naturaleza en el aria del primer acto de Werther: “Alors, c'est bien ici (Entonces, es aquí)”, donde materialmente puede respirarse un aroma a bosque con un importante énfasis en lo onírico, típicamente el lenguaje del romanticismo:
Entonces, ¿es ésa de ahí, la casa del magistrado?
¡Gracias!
Ya no sé si estoy
despierto o soñando:
todo esto me parece un paraíso;
el bosque suspira como un arpa,
todo un nuevo mundo se muestra
ante mis deslumbrados ojos.
¡Oh, naturaleza, llena de gracia,
reina del tiempo y del espacio,
dígnate a acoger a éste que pasa
y te saluda, humilde mortal!
¡Misterioso silencio! ¡Solemne calma!
¡Todo me atrae y me complace!
Este muro, y este rincón sombrío,
esta fuente límpida
y el frescor de esta sombra...
No hay seto, ni zarzal donde
no despunte una flor...
Me estremezco.
¡Oh, Naturaleza!
Madre eternamente joven y adorable
¡embriágame de tus olores! Y tú, sol,
¡ven a inundarme con tus rayos!
Es en este momento, cuando Werther conoce a Charlotte y le pide que lo acompañe a un baile sin saber que su prometido Albert está de viaje. Sin embargo, ante la sorpresa de todos, Albert llega. Al darse cuenta de tan inesperado incidente, Charlotte rechaza la propuesta amorosa que Werther le hace, argumentando que había jurado a su madre antes de morir que se casaría con Albert.
Aunque Werther sabía que amaba un imposible, declara de nueva cuenta su amor a Charlotte. El tiempo pasa y ahora es la víspera de navidad la que atestigua la forma en que las cartas de Werther embriagan el corazón de Charlotte, haciéndole sentir que es a él a quien debió entregar su corazón. Entonces, aparece Werther, pálido y enfermo, manifestando por última vez su deseo de unirse a ella. Charlotte mantiene su posición de mujer casada y fiel, aunque por dentro hay un sentimiento que la devora.
Con el pretexto de un largo viaje, Werther pide en préstamo unas pistolas a Albert, a lo que él accede con gusto. Charlotte está horrorizada, pues sabe lo que está a punto de ocurrir. Cuando Charlotte irrumpe en su estudio, Werther yace mortalmente herido. Ante la tragedia, ahora Charlotte es capaz de confesar al moribundo su amor desde el primer día:
WERTHER
Charlotte..., ¡ah! ¡Eres tú!
¡Perdóname!
CHARLOTTE
Que te perdone cuando soy yo quien te ha matado,
cuando la sangre que derrama tu herida soy yo quien la ha producido...
WERTHER
¡No! ¡Tú sólo has hecho lo justo y bueno!
¡Mi alma te bendice por esta muerte que preserva tu inocencia y me evita el remordimiento! Soy dichoso... ¡Muero diciéndote que te adoro!
CHARLOTTE
Y yo, Werther, y yo, ¡yo te amo!
Sí..., desde el mismo día en que te apareciste ante mis ojos,
sentí que una cadena, imposible de romper,
nos ataba a los dos. ¡A olvidar el deber,
he preferido tu pena y por no perderme yo, te he perdido a ti!
WERTHER
¡Sigue hablando! ¡Te lo suplico!
CHARLOTTE
Mas si la muerte se acerca, antes de que ella te lleve... ¡Ah! ¡Tu beso! ¡Que tu alma y mi alma por siempre se fundan en este beso! Olvidemos para siempre todo el mal, toda tristeza..., ¡olvidemos el dolor!
WERTHER, CHARLOTTE
¡Olvidémoslo todo!
Nada hay de lógico en el amor, ni en la vida misma. El único sentido es el sinsentido. El romanticismo es el único que lo entiende. Werther -y Goethe- hacen patente la tremenda vacuidad generada por el ciego apego al vivir de acuerdo a un procedimiento, un manual, una cultura. Estos «manuales» son hechos por todos y, por ende, por nadie en particular.
De alguna manera, Werther muestra el camino que lleva al «sí mismo», que siempre es intercambiado por una apariencia o por una máscara social. Werther muere, pero vive más que cualquier otro que nunca vivió al ser un mero sirviente de una masa amorfa, en un tiempo y espacio finitos, sin rumbo fijo.
Se reza que todos somos infinitos, pero cómo entender la eternidad siendo presa de nuestra finitud. He aquí la gran paradoja: el misterio es lo único que puede darnos certeza, ya que es lo único verdaderamente consistente y eterno. Soltar las riendas del testarudo entendimiento es lo que libera al hombre en el seno de su verdadera esencia. Werther es la llave que abre la puerta de ese «darse cuenta» de que la vida es un sueño en donde más que soñar, se es soñado.
Correo-e: M-Angel_Garcia@penoles.com.mx