Pues yo aquí pergeñando propósitos. Pero heme aquí en un berenjenal por mucho similar al de las tres leyes de la robótica de Isaac Asimov, pues el primero es no incluir lo irrealizable, y si se incluye, realizarlo. Bueno, nada hay imposible, sólo algunas cosas poco probables.
Discúlpenme lo churrigueresco, pero entre tanta rosca y chocolate ando con cierta aceleración poco común en mi persona, sin embargo, no fui yo quien deseó que desaparecieran las matemáticas en todos los programas educativos de primaria, ése fue Javier, un niño de tercero. Dudo mucho que haya leído este jovencito los planteamientos de la Reforma Educativa, sin embargo ya sé por quién va a votar cuando cumpla los 18.
En lo que cabe, mis proyectos están bastante aterrizados, por ejemplo: terminar este artículo del mejor modo posible. Raros son aquéllos de ciertas congéneres quienes anotan en sus agendas "tomar agua". ¿Qué toman, pues? De todo, me han dicho, pero el agua les saca salpullido a algunas personas.
Caballeros los hay quienes tienen como propósito empezar a ejercitarse y el paso número uno es no usar el control remoto de la tele. Mi primo de Río Bravo lo hizo y le dio muy buen resultado, ahora vende unas varas bien largas capaces de alcanzar cualquier tv desde el sofá, así ningún señor del mundo recibirá reprimendas de brava mujer cuando le pregunte sobre sus planes no cumplidos.
Pero son los niños quienes se llevan las palmas con ese asunto de prepararse para un nuevo ciclo con "propósitos" tales como: que mis papás me dejen jugar más, que mis papás me lleven al cine más seguido, que mis tíos me inviten a comer pizza y cosas así. Los menos "achueludos", diría Doña Mary -que Dios la tenga cortando leña delgadita- se visualizan en semanas de dos días, reciben un calendario escolar en donde se acude los fines de semana a trabajar y el resto es descanso, casi palpan jornadas en donde sólo existen esas fechas cuando van a entrenar su deporte favorito y los domingos nadie visita la casa de los abuelos.
El otro día pregunté a un chiquillo de mi familia la razón por la cual los peques acostumbraban pensar en cosas casi imposibles de alcanzar; él me contestó palmario: "ay, tía, a ti te dijo el doctor que debías pesar 60 kilos y nadie lo critica, es más, hasta le pagaste".
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