Por prescripción médica, no participo en intercambios de regalos. Esa hazaña decembrina ha dejado en mi existencia gastritis complicada, cierta taquicardia y un tic casi imperceptible en el ojo izquierdo.
Sin que el INEGI lo haya hecho estadística, segura estoy de los siguientes números: todos hemos recibido, por lo menos una vez en nuestras vidas, un jabón como regalo de intercambio navideño; el 95 por ciento, perfumes europeos -deberán serlo porque en México nadie los conoce-; poco más de la mitad -es decir, todas las mujeres- una bufanda de colores indecisos, y los hombres, la misma bufanda y un disco de villancicos con las Ardillitas… pero pirata.
Puede usted colocarse en cualquier columna de la estadística o inaugurar una nueva torre de insospechados presentas, y digo así porque a nadie se le ocurriría regalar semejantes artefactos como prueba de su afecto -que no de su amor-.
Creo que las empresas deberían suspender tajante y definitivamente los intercambios de regalos con motivo de la Navidad, considerando que consecuencia de esa transacción se acaban las amistades más férreas y los amores más sólidos.
¡Y cómo no! Por mucho que tasemos nuestra buena intención con altos bonos, cualquiera merece más imaginación que el bendito jabón Maja, cuyas ventas son estratosféricas en cuanto empiezan las posadas.
Cuando el regalo es en verdad impropio, deseamos de todo corazón que nos hubiesen ofrecido sólo el afecto, como reza el sonsonete de la televisión justo antes de anunciar una sarta interminable de juguetes que hablan, ríen y hacen pipí.
Los intercambios de regalos se realizan principalmente en las empresas; después, entre las familias. En el primer caso -y a reserva de haber sido contratado ayer- tenemos todo un año lidiando con nuestras pachorras laborales, aromas, colores, gustos y disgustos. ¿De veras es tan difícil tomarse media hora para elegir un obsequio más personalizado?
Ahora bien, si le toca presenciar la entrega de originales envases envueltos cuidadosa y sagazmente para sus compañeros, pero a la hora de que usted recibe el propio le toca el consabido de rigor, no es tan malo: ya no requiere del sicólogo ni sociólogo laboral, definitivamente no les está cayendo bien a sus compañeros y es urgente que haga un cambio en su actitud, deje de hostigarlos, delatarlos y hablar de ellos en los baños. Vístase de color azul y siga la trayectoria de Urano.
Bueno, con decirles que a causa de una amañada rifa para el intercambio, Chayito de Publicidad me retó a golpes. Ahh, porque también ahí hay chanchullo sea o no sea tiempo electoral.
En fin, se los agradezco pero me basta y sobra con su afecto.
dreyesvaldes@hotmail.com