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ORDENANDO EL CAOS

ESTRELLITA DEL SONROJO

Dalia Reyes

La niña fue natural y espontánea; es más, sintió como, en un segundo, fue atropellada de tal madurez que invirtió los papeles con su madre. Esta última, viajó del sonrojo hasta el morado y hubo de continuar la cena no sin pena ni congojo.

Sí, lo acepto, ese párrafo de arriba resultó medio barroco, pero me lo han de perdonar con tal de saber esta increíble y triste historia de las señoras que no debemos comer demasiado, pero sí velar por la panza de los hijos.

Nadie desconoce los malabares ideados por millones de madrecitas alrededor del mundo a fin de que los hijos coman su sopa completita -y también los frijoles, el brócoli, el pollo y esas moliendas asquerosas que solemos ofrecer a los bebés mientras no tienen lenguaje para replicar contra la tortura infringida-. El avioncito es, quizá, lo más universal entre las estrategias alimentarias madre-hijo; aunque hoy se cuenta con toda una mercadotecnia tras nosotros con platos cuyas formas caprichosas pueden emular a Hulk, el Capitán América o una bacinica -bueno, los dibujos animados de hoy son tan escatológicos que eso les causa gracia-.

Lo más decente, creo, es premiar. Es una forma efectiva y aceptada por la Comisión Internacional de Derechos Humanos en casi todas las especies, principalmente en las domésticas -no, señor, los acuerdos maritales y sus reconocimientos están fuera de esta lista-, para lograr el cometido de quien tiene la sartén por el palito, y en casa es, justamente, la señora.

Bueno, pues sucedió lo siguiente: una familia consumía tostadas callejeras entre la charla cotidiana y el güiri güiri infantil. La señora, como buena dama, se abstuvo de solicitar semejante charolota con más de dos; así, solicitó por separado una y luego otra; se animó con la tercera y a punto estaba de llamar a la chica mesera cuando la pequeña -acaso de tres años- se deshizo en aplausos, cantó cierta tonadilla celebratoria, se ensalivó el dedo y lo presionó sobre la frente materna diciendo "¡bravo, bravo, te acabaste toda la comida, ganaste una estrellita!".

La mujer, sonrojada por el frescor vespertino, empezó a tornarse violácea y miró en derredor para saber cuántos fueron testigos de la glotonería expuesta por su linda hija. Acribilló a la chiquita con la mirada y sólo se animó a pronunciar: "Ya pedí otra parta ti, ya cállate".

Caramba con el bochorno. Pero no es culpa de nadie más que de esta sociedad tan enredada: en edad de comer mucho hemos de rogar y dar estímulos para verlo realizado; cuando estamos ya en años de merecer y con todo el apetito en pleno, la estrellita se gana por cada tostada en indulto sobre la mesa. ¿En qué momento esa linda niña entenderá que las cosas serán al revés y entre más famélica más premiada?

Al rato, la familia se retiró. La señora, discretamente, llevó su cargamento de otras cuatro tostaditas bien envueltas y para llevar; la niña caminó oronda y segura, a sabiendas de que tiene una mamá tan comelona como bien portada.

dreyesvaldes@hotmail.com

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