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Ordenando el caos

LA QUIERO YA

Dalia Reyes

La mayoría de nosotros, por suerte, llevamos escrita una historia memorable de nuestros antecesores. Esas aparentes nimiedades que reúnen una canción para dormir, un cuento para soñar, un ejemplo para seguir, dejado por padres y abuelos.

Ya sabemos cómo avanzan cronológicamente los hombres -y también las mujeres- respecto de su postura ante los mayores: los seguimos para no caer, los admiramos sin medida, los maliciamos con pocas bases, los rechazamos con todos los argumentos, nos identificamos con ellos y los seguimos para no caer. Quienes logran cubrir todo este ciclo, son afortunados, porque muchos nos quedamos en los escalones de en medio sin tiempo para retribuirles su dedicación para enseñarnos a mantenernos vivos. Hagan ahora ese recuento de historias, risas, aprendizajes y herencias palpables también. (Incluyan los pellizcos correctivos).

El problema con la grandeza de las personas es que se reconoce demasiado tarde. La fama póstuma es una de los tesoros más preciados en el museo humano de la inutilidad, y eso lo demuestran tantos premios, reconocimientos, placas, añoranzas y ceremonias post mórtem, una palabra muy culta que en realidad sirve para ocultar lo despistados que somos al reconocer a las genialidades que nos rodean.

Su mente, señor, que es muy ligera, lo sé, los llevó ahora mismo a repasar la lista de escritores desaparecidos que jamás fueron llamados para recibir el permio Nobel; científicos falseados en vida y afamados tras la muerte; pintores criticados en tanto podían escuchar y millonarios en la tumba por las ventas de sus obras. Eso es pensar en grande, pero hay otro nivel, en donde están guardadas las hazañas de los propios.

Esta enumeración personal incluye a los vecinos, compañeros de escuela o de trabajo, familiares, conocidos y sí, hasta el primo de un amigo, todos ellos haciendo en este momento lo que es digno de ser reconocido, porque la humildad no está peleada con las verdades. ¿Qué tal si ese compañero de trabajo no se empeña por quedar bien con el jefe, como dicen todos, sino por cumplir cabalmente con sus obligaciones?

Destacar, queridos amigos, a menudo es pecado en nuestra sociedad, y de ahí solemos premiar a los muertos porque, al cabo, ya no significan competencia alguna. Por todo esto, la fama post mortem huele peor que el muerto mismo. Si habrá alguna para nosotros -usted, ella, él, ellos- la quiero ya, más tarde no nos sirve.

  dreyesvaldes@hotmail.com

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