Julia Pastrana volvió a México. Nuestro país quedó sin ella por más de cien años y ande usted a saber cuánto peligro corrimos ante la avaricia de otros países que mucho quisieran haberla tenido en su lista de personas célebres.
Arribó a Culiacán, Sinaloa, hace unos días apenas, gracias a las gestiones de funcionarios, historiadores y artistas; en especial de una bella mujer quien afirmó que esta pobre expatriada involuntariamente, se volverá tan famosa como Frida Kahlo. Siendo así, yo seré la Carrington cuando Dios me llame a su santo reino.
Digo lo anterior con mucha jiribilla y sorna, pues doña Julita pasó a la historia por una cualidad más propia del Guinness que de la historia patria: fue y es considerada la mujer más fea del mundo; se codeó con Darwin, es verdad, porque el hombre la creyó algo así como el eslabón perdido.
Ello la trae ahora con una nueva vigencia y encumbramiento; así entenderá por qué yo me siento con esperanzas bien fundadas para mi futura canonización, pues me parece que los héroes ya no requieren de hazañas propias -basta con los desprecios de la naturaleza- para merecer estatuas y monumentos.
La noticia me hizo recordar la película "El héroe desconocido", en donde el padre Nachote incentiva la erección de un figura que se convierte en el representante moral de la comunidad, tan dejada de la mano de todos y de todos. Un personaje así daría identidad al lugar… y así fue. Qué importa si en el camino el supuesto prócer acabará siendo la anatomía de Pedro Infante, todos en el lugar conocieron la historia de alguien salido de ese terruño y que logró destacar; creer en algo siempre cambia la perspectiva de las cosas.
Quizá se haya distendido demasiado el concepto de las personas por resaltar, y ahora baste con ser diferentes, raros, como sinónimo principal de extraordinarios. Bueno, debo reconocer que la rareza no siempre es pariente de la fealdad, a veces, ahora resulta, la convierte en heroísmo y eso vendrá a rellenar algunos huecos de nacionalismo en nuestro país.
Doña Julia, no se me vaya a molestar. Todo lo he dicho con muchísimo respeto, pues lo último que quisiera es que me venga a jalar algo una noche.
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