Se requieren características muy específicas para ir al baño de mujeres. Yo, la mera verdad, no las cubro, pues si así fuera estaría siempre solicitada como dama de compañía cuando las fiestas familiares.
No tengo muy claro por qué las mujeres no van solas al baño. No me incluyo, se dieron cuenta, pues debo de tener cierta alergia a esa costumbre; más que andar decididamente a deshacer la urgencia, me escapo, repto por entre la gente para pasar inadvertida.
El otro día seguí a mis primas. Me esforcé en vano por desentrañar ese secreto antiquísimo y femenino, pero no encontré nada espectacular: hablaron sobre los vestidos de todas las asistentes -excepto ellas- y las carencias o abundancias nuevas en los caballeros viejos. No entendí, eso lo hacemos también en público y a la vista; ir al baño para abundar en el tema no me parece necesario.
No tengo la habilidad para reservarme los asuntos: si voy a abordar un tema lo comento en sobre mesa, en tanto los invitados más felices bailan la rayita. Las mujeres de verdad son sagaces y reservan una parte muy sabrosa para agotarla frente al lavabo; las acotaciones se hacen de un sanitario a otro. Ya se imaginarán, señores, que aquello en día de boda parece mercado sobre ruedas y no Torre de Babel, pues de forma inexplicable nadie se confunde con la plática ajena ni mezclan personajes.
Para muestra de mi estolidez, cuando logré ser invitada a ir al baño por la Tía Juany -quien no camina sin bastón y ese día lo dejó en casa por no combinar con los zapatos- logré captar cinco conversaciones simultáneas. Cada pareja platicadora salió con su historia intacta del sanitario, sin embargo, yo hasta la fecha no sé cómo hizo Pedro para dar a luz un niño muy güerito que en anda se parece a la abuelita de Minerva, porque, ella, al fin y al cabo, no es hija de Doña Ana, sino de su hermana Laurita, quien se la dejó cuando fue a trabajar a Nuevo Laredo acomodando las vías del tren, cuyo conductor casó con Zacarías. ¡Válganles Dios a todos! Cuando regresamos a la mesa me preguntaron qué me habían contado durante mi travesía por ese paraíso de la comunicación y yo, como Pito Pérez, dije: nada, nadie dijo nada.
Nunca entraré a ese club tan distinguido; los talentos requeridos no me los dio natura, mucho menos la Sorbona, y dudo mucho, a estas alturas, desarrollar semejantes habilidades y aptitudes. Ese misterio de ir al baño para dos nunca podré desentrañarlo.
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