Nosotros Las palabras tienen la palabra VIBREMOS POSITIVO Eventos

ORDENANDO EL CAOS

POR QUÉ PREGUNTAN POR QUÉ

Dalia Reyes

La mayor dificultad de ser padres no radica en mantener energía suficiente para infundirles; ni en ser los suficientemente sabios y elegir la mejor educación entre las numerosas corrientes que chocan entre ambas familias; no se esconde tampoco en la tolerancia al tráfico endiablado con el cual lidiamos cuando nos convertimos en choferes de nuestros vástagos. Lo más difícil es contestarles todos sus "¿por qué?"

En su momento pensé en una estrategia infalible: mi hijo no escucharía esa palabra, nadie habla sobre lo desconocido. Elaboré una intrincada red de acciones para hacer discursos libres de esa terrible pregunta; puse un "piii" a la televisión para ser activado cuando algún personaje de Barney y sus amigos osaban emitir la enunciación, y hasta obligué a toda la familia a sustituir el cuestionamiento por alguna seña u onomatopeya. Mis sobrinos optaron por la palabra "tereté".

Pasados apenas 12 meses de su primera guturalidad, pedí a mi vástago volviera los juguetes a su lugar y entonces el chamaco poseído dijo con bastante claridad "tereté". Pero en qué momento, pregunteme al instante; entonces caí en la cuenta de cómo la curiosidad existe más allá de las arbitrariedades del lenguaje.

Quien la haya inventado fue un genio, eso me queda claro. Esa maleable pregunta busca todas las respuestas, las de modo, causa, efecto y razón; además, con el tiempo, los niños sofistican el problema y emiten, sin empacho, un porqué de un porqué.

El intríngulis más reciente al cual hube de enfrentarme pasó ayer. Ingería una pacífica comida cotidiana cuando él soltó la pregunta: "¿Nosotros somos pobres?". Un trozo de pepino detuvo su carrera y mi respiración me dio un sofisticado tono azul. Responder afirmativamente me llevaría a una explicación de las clases sociales en México, sus derechos y reservas naturales; negarlo me obligaba a explicar la ausencia de ciertas cosas electrónicas, marcas de autos y frecuencias de viajes en nuestro sacrosanto hogar. "Más o menos", contesté.

Él me miró con ojos de inquietud, como si esculcara entre los relatos escuchados por todas las vías infinitas que traen instalados los niños modernos. Abrió la boca. Empezaría a hablar en cualquier momento y todo se puso en cámara lenta frente a mis ojos; pero en un momento mi cabeza se iluminó con la mejor de las ideas: yo sería el verdugo esta vez:

"¿Por qué?" pregunté sin compasión a sabiendas de los conflictos generados tras ese sonido mortal.

"No, por nada", dijo él, y siguió comiendo su ensalada. (dreyesvaldes@hotmail.com)

(dreyesvaldes@hotmail.com)

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