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ORDENANDO EL CAOS

ÁCAROS CAROS

Dalia Reyes

Señores Ácaros. No se confunda, por favor, mi atenta misiva no es producto del divisionismo que, desgraciadamente, impera actualmente en el seno de la humanidad. Tampoco hay racismo ni rechazo -vaya, seamos diplomáticos- porque, al final de cuentas, el mundo es tan grande que podríamos todos caber en él.

¿Por qué entonces la presente? Se preguntarán. La respuesta es, señor mío -si acaso los ácaros son siempre señoritos, pido mil disculpas por la profunda ignorancia que sobre ustedes impera en mi persona-, que no veo necesidad alguna de esta guerra civil-insectívora que hemos establecido desde hace algunos años y hoy se torna cruenta.

Bien recuerdo cómo las abuelas sacaban las sábanas al sol por causas simples: no lavarlas tan seguido, porque a mano estaba difícil; eliminar los humores del viejo que contaban paso a paso sus actividades diurnas, y dejarlas olorositas a retama cual una buena mujer sabe hacer.

Ignoraban entonces su presencia, caballeros, ahí agazapados en las almohadas, esperando por el banquete nocturno de nuestras testas; las señoras de antes vivían tranquilas porque corazón que no ve no siente. ¿Quién dice que no fueron ustedes los autores de la terrible muerte de Alicia en el Almohadón de Plumas, obra de la ídem de Horacio Quiroga? Tal vez amaneció con rasquiña de sarnoso y por eso escribió semejante barbaridad.

Independientemente de la apariencia tan detestable, asquerosa, repugnante e insufrible, nada tengo en su contra; sin embargo, no me explico cuál era su afán de salir en público. Es decir, si Teodorita asoleó sus sábanas bordadas por muchos años ignorando el animalero que las habitaba ¿qué necesidad tenían de darse a conocer? Ese es justo el problema. Supe de un hombre que tuvo una cucaracha en la oreja por tres días, y en cuanto supo de qué se trataba entró en crisis. El problema entonces es estar conscientes de su presencia.

Hasta fotografías tenemos de sus personitas, son por demás interesantes: aparecen con todo y familia en un festín interminable que corre por nuestra cuenta. No dudo de que en poco tiempo adquieran espacios en las páginas sociales para compartir la cena de la abuela -a la que se comieron-.

Sé de lugares en el mundo en donde podrían estar tranquilamente sin necesidad de enfrentar repelentes, sacudidas, maldiciones y paparazzi. Podrían comprar tiempos compartidos en condominios de lujo a donde nosotros les mandaríamos siempre su sustento: jefes de cárteles, secuestradores y uno que otro presidente. El trato me parece justo.

Espero su atenta respuesta esta noche. Consúltenlo con la almohada si desean.

(dreyesvaldes@hotmail.com)

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