Se ha ido tanta gente que estaba aquí, nació tanta otra y no estaba; todo parece indicar que ahora sí se nos viene el mundo encima.
Una, señora común y corriente, se levanta cada mañana con la esperanza sincera y desinteresada de que nada pase: los niños relamidos, boleados, vestidos y surtidos con su lonche; se ruega porque transcurran una jornada escolar en el salón y no en visita oficial ni de estado con la directora; regrese completo; no pierda el uniforme; regrese con sus calcetines y no los de un compañerito, y que la mochila venga sólo con las aberturas que se fue.
Pero, amigos míos, con estos vaivenes de la modernidad, pasan cosas que nunca habían pasado. Salimos a la calle con cierto espanto de descubrir que nos trajimos de vuelta a un chico desconocido, o fuimos a la escuela equivocada o ni siquiera somos nosotras quienes conducimos.
¿Les ha pasado? Es una sensación de estar en otro sitio, en uno equivocado, donde todo es latente y por venir, muy diferente al provenir. Y luego -como escribiera don Carlos Rivas Larrauri en "Por qué me quité del vicio"- ahí está la tarugada: una explosión hierve desde algún lugar desconocido del cuerpo y sale como lengua de dragón quemando a cuantos tenemos muy cerca.
Sabía yo, como algo muy cierto, que esa rutina diaria y cansona entre los adultos a los niños les va muy bien. Claro está, ellos deben de estar ciertos que alguien conocido volverá por ellos a la escuela todos los días, no es cosa de albur para sus almitas. Claro, a ellos no les preocupa por el momento el nombre del nuevo Papa, ni del futuro presidente venezolano, mucho menos del sino magisterial, pero bien saben cuánto jolgorio nos baila a los grandes cuando enfrentamos lo que nunca habíamos tenido enfrente.
No es, ni siquiera, como andar enamorado. En esos casos cuando vamos al baño abrimos el refri y en lugar de comer en el segundo acabamos en el primero; pero todo esto causa más hilaridad que desasosiego.
He llegado, señores y señoras mías, a una conclusión: debiéramos amar más a la rutina, ésa que nos regala la casa, la familia, la vida cotidiana. El niño que llevamos dentro lo agradecerá infinitamente porque estará seguro de amanecer, mañana, en la sencillez de un acto simple; doméstico sí, pero seguro.
(dreyesvaldes@hotmail.com)