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ORDENANDO EL CAOS

EL MUERTO Y LO TRIVIAL

Dalia Reyes

En el rancho, a los muertos los sepultaban rapidito. No había medios para conservar a quien partía más allá de la madrugada: sin médicos a la mano, la única morgue era la recámara en donde nació, creció y se reprodujo el difunto.

De muchas formas esto explica el llanto sonoro emitido por los deudos, pues en unas ocho horas deberán manifestar la profunda pena que les embarga dejar ir, sin mayores miramientos, a sus familiares. Creo, que alargar el duelo, trivializa al muerto.

Las cosas cambian en las ciudades. Hay un empeño raro en mantener ante los vivos a quien, en realidad, ya no está aquí, de solazarse con la muerte como si eso permitiera comprender lo inasible.

Cuando alguien se marcha toma una posición de muy alta jerarquía, pues conoce ya aquello guardado para quienes va eligiendo el espacio temporal; se le rinde pleitesía por dejarse llevar a un camino ignoto. Su postura, en el amplio sentido de la palabra, es nueva en esa persona, irrepetible, efímera y, por todo ello, sorprendente.

Quedarse con el difunto empieza a volverlo común, demasiado presente, reiterativo en su circunstancia y ver un día y otro su mutismo, el silencio decidido, la perfección de su lejanía, empieza a convertirse en costumbre.

Gabriel García Márquez describe la cosa cuando nos platicó cómo los chiquillos jugaban a las muñecas con el cuerpo inerte de su abuela, tema que retoma de modo muy igual Isabel Allende en La Isla bajo el mar: los muertos cuando se quedan en la casa demasiados días acaban en el ropero o en el desván, porque terminan con el asombro, junto con él se va la dedicación y la alabanza.

Ayer dijeron que a Hugo Chávez, el fallecido presidente de Venezuela, lo velarán ocho días con sus noches; de ahí, pasará a un museo de Caracas. ¿Qué pasará cuando los niños de otras generaciones hagan chanzas frente al hombre que puso en vilo a medio mundo, pues no significará más que un nombre en el libro de historia?

La vida comete muchos errores, se ralentiza o acelera; pero la muerte, siempre llega a tiempo. Supongo que lo más sensato es dejarla llegar e irse en el preciso momento.

(dreyesvaldes@hotmail.com)

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