La culpa es toda de ellos. La mujer anda por la vida, con todos sus años, tratando de demostrar lo mucho y muy igual que es al varón; sin embargo, en un prender y apagar de la tele, se acaba toda esa ilusión.
Debo reconocer cuánto desazón me provoca esta circunstancia. Gusto de ver películas ubicadas en la época medieval; algunas del renacimiento también son de mi agrado, sin embargo, como no fuera por los vestidos -excepto en Escocia- todo lo demás era de uso genérico.
No había coches para ellos y cochas para ellas; los duchazos, muy escasos por cierto, se llevaban a cabo como un ritual idéntico entre damas y caballeros: usaban el mismo zacate y, supongo, la misma agua. Vaya, hasta el reciclado era un asunto parejo pues no tenían tan a la mano este recurso divino que es el líquido vital.
Resulta, inexplicablemente, que es en esta época en donde las chicas enarbolamos la bandera de la igualdad pero mantenemos a miles de empresas empeñadas en diferenciarnos. No, comadre, conténgase y permítame explicar antes de alborotar el gallinero.
Los comerciales en radio, televisión y prensa son cada vez más insistentes en eso de productos para ella y para él, como las sempiternas toallas en la boda. El champú rojo vino es para los rizos de las mujeres; el azul con blanco, para el hombre. Jabones los hay en todos los tonos, pero a las claras se lee como especifican si es para la higiene femenina o la vía del acendramiento masculino.
¿Qué hay con los pañales? Los chiquillos aún se sienten asexuados cuando ya Kleenex les expone la importancia de usar el de princesas las niñas y el de Cars los pequeños, con el irrefutable argumento de que cada uno hace pipí a su manera.
La verdad, no quisiera tocar este vals porque recordaré una interminable lista compuesta por objetos que, al igual que nosotros, también tiene género y sexo. Papel sanitario, cigarrillos, pañuelos desechables, vehículos, computadoras, ratones -los de la compu-, ratones de los otros, en fin.
En este punto mi dicho es claro. Si hay empresas cuya sobrevivencia se basa en ofrecer y vender productos para establecer calara la diferencia entre ambos sexos. ¿Y la peleadísima igualdad?
Yo, la verdad, estoy maliciando algo: se me hace que sí somos diferentes, pero merecedores de lo mismo. No es igual, pero casi, casi.
(dreyesvaldes@hotmail.com)