Nosotros Las palabras tienen la palabra VIBREMOS POSITIVO Eventos

ORDENANDO EL CAOS

Dalia Reyes

PLANCHE USTED

Yo lo digo por el bien de este planeta; no vayan ustedes a sospechar pereza en mi persona.

Cierto, mis destrezas al respecto no resultan abundantes, pero tratándose de telas corrugadas, planchado permanente, juveniles y despreocupé, pudiera decirse que mi trabajo es casi deseable. Aunque, lo digo con certeza, lo más deseable es erradicar ese acto predatorio, innecesario y calcinante. En fin, planchar no ayuda a nadie.

La frase "planchar la ropa" me remite a ciertas tardes sabatinas cuando mi madre se investía de señora-de-su-casa y contrataba a Doña Luz para que dejara más que decente el ropal emergido cada día de siete chamacos con todas sus piernas y sus manos. En tanto la mujer silbaba alguna canción revolucionaria, todos los demás hacíamos un tendido, cual albergue citadino, en su derredor para disfrutar de "Lágrimas y risas", "Rarotonga" y "Memín Pinguín", entrego semanal, supongo yo, a cargo de la planchadora, pues sólo esas tardes estaban reservadas a la constructiva lectura de comics.

Ver y hacer son dos verbos parecidos en sus finales pero lejanos en sus principios. Cuando la vida me enfrentó a semejante cosa y Doña Luz ya se había ido al cielo buscando a sus hermanas, todo cambió para mí.

Puedo asegurar, con los botones de la camisa en la mano, que la ropa tiene vida, es rebelde y voluntariosa. Yo hago lo correcto: espero una tarde fresca; encuentro unas horas libres de trabajo y sin anotaciones en la agenda; busco el mejor programa en la tele; me preparo sicológicamente; extiendo una manta acolchada y la aliso bien; busco la extensión precisa para conectar la plancha; pongo agua; relleno el atomizador, porque rociar es una cuestión de tradiciones; respiro hondo y me dispongo a planchar.

Desconozco las causas, es como si el reloj se burlara de mí, porque para entonces pasaron ya casi 45 minutos. Así que, un poco estresada, extiendo la pieza y la estiro cuanto ella me lo permita; la humedezco. Plancho una parte y la manga se me viene encima; los botones se resisten al paso del calor y debo estirar la parte baja para acomodar.

Me dedico al cuello y la etiqueta; perfectos. Pero la parte planchada se arrugó de nuevo. Voy a las mangas. Las extiendo, acomodo, alineo; al pasarles la plancha el tubo se recorre a gusto y la línea que debiera bajar desde el hombro aparece en la axila y termina en el codo; de ahí en adelante hay una más, paralela, que sigue hasta el puño y no deja embonar los broches de presión.

Otra hora transcurrió. Intento con un pantalón: plancho; en cuanto me descuido, las arrugas vuelven a su sitio como si nada. Hago la cuenta y concluyo: "He gastado demasiada energía eléctrica". Miro el cesto y una montaña colorida me mira orgullosa y retadora. Vuelvo la ropa a su sitio. Desconecto. Doblo la manta. Llamo a Juanis. Mañana viene a planchar, con el favor de Dios.

  dreyesvaldes@hotmail.com

Leer más de Nosotros

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nosotros

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 850669

elsiglo.mx