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ORDENANDO EL CAOS

IRA NADA MÁS

Dalia Reyes

El coyote y Silvestre son la máxima y fehaciente prueba: la ira nunca lleva a nada bueno. Hulk entra en la lista, pero éste, menos simpático que aquéllos, hace de súper héroe.

Sam Bigotes, Lupita D'Alessio, el Demonio de Tasmania, mi abuelita, la maestra Toñeta son parte de una larga lista personal que cada uno de nosotros atesora en caja bien cerrada, como la de Pandora, todo por no dejar salir sus barbaridades.

Lo cierto es que un ser iracundo está perdido, literalmente, pues pierde el objetivo y no mide las consecuencias. No es necesario narrar episodios coyote versus correcaminos, silvestre versus piolín, la maestra contra sus alumnos… los padres contra sus hijos.

Hace una década, la televisión buscó hacer campaña contra la violencia familiar, específicamente a favor de los pequeños, con su frase célebre "cuenta hasta 10". Era un momento de respiro antes de actuar; no sé el éxito logrado con la iniciativa, pero sí conocemos, aún ahora, casos de adultos iracundos y maltratadores quienes, seguro, no saben contar.

Hace muy poco se encontró la ira como riesgo, porque en el pasado, si bien estaba identificada como enemiga, se criticaba en personas públicas, principalmente políticos. Su contraparte era -y es- la parresia, un término que tiene en sus entrañas la honestidad consigo mismo, la verdad, la convicción, todo esto expresado por medio de las palabras.

A los personajes citados -excepto Lupita, mi abuela y la profe-, ahora lo comprendo, sólo les tocó hacer de humanos, porque, según la definición de ira, se trata de una reacción para evitar ataques, mostrar supremacía y alejar al enemigo. No soy zoóloga, pero los animales no abusan de otros; no soy antropóloga, pero veo y oigo lo suficiente para saber que cuando se desahoga un inmenso coraje y resentimiento con niños y ancianos no es, propiamente, defensa ante el enemigo.

Como dijera el chavo de la venganza, este enojo extremo tampoco es cosa buena porque mata el alma y la envenena. Mucho me gustan los dibujos animados en donde uno estrella la sartén al otro y se dibuja el rostro de lo agredido, pero la imposibilidad de daño es evidente, porque si lo trasladamos a la realidad cercana, la aberración encierra todo acto iracundo.

Siguiendo el mismo todo en dibujos animados, bien haríamos los humanos en comportarnos como el perro pastor y el coyote ladrón que trabajan uno cuidando ovejas y el otro acechándolas, pero con un horario bien medido, cuyo intermedio es una comida amistosa entrambos sin mayor recelo ni agresión.

La ira nos engaña, nos hace quedar mal, nos obliga a pedir perdón ante lo imperdonable y disminuir nuestra estatura ante los otros. No es buena amiga, nadie debiera juntarse con ella.

(dreyesvaldes@hotmail.com)

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