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Ordenando el caos

HAMBRE Y JUEGO

DALIA REYES

Protagonizó "Los juegos del hambre". Hizo de menesterosa en la pantalla y la vida real la coronó con una estatuilla de oro. Fue pobre y hambrienta frente a la pantalla; tras de ella, abundante y remunerada. Desconozco su vida pasada; sé que hoy, Jennifer Lawrence, está muy lejos de jugar al hambre y arriesgar la vida por ello.

Alguna editora zacatecana cancelaría mi publicación por extemporánea: la película se estrenó hace un año. Sin embargo, no quiero hablar de cine, pues no soy crítica de este arte; se trata de entender esa cruel analogía de nuestra realidad. Asimilar algo en ese tamaño, querida amiga, lleva más tiempo.

Por alguna razón ahora -tras analizar la habilidad arquera en la chica, su valentía, la belleza natural e ingenua que le pertenece- comprendí el mensaje: ese estigma de ofrendas mortales se parece mucho al fanatismo político-religioso que cobra vidas en rituales de indiferencia e incomprensión al señalar, satanizar y descartar a personas urgidas de otras. La rebeldía incipiente no es otra cosa que esa desesperación pisoteada por la comodidad donde vive la minoría.

La historia sale de la pantalla y se nos estrella en el rostro: la lucha por sobrevivir no tiene aliados; los jóvenes se saben amenazados por sus iguales y empujados a la batalla por los adultos quienes parecen disfrutar la hecatombe diaria donde miles son llevados a su propia cacería.

El discurso demagógico, patriotero, en la ciudad capital, impacta las ideas apenas crecientes de los muchachos y los lleva a creerse valerosos al matar a un contrincante sin mediar razón alguna para ello.

Sobrevivir hasta los 19 años es una hazaña: se libró el riesgo de ser enlistado en el ejército de la lucha por mantenerse vivo; se demostró la suficiente habilidad para acabar con los otros y destinar la vida a recordarlo o ahogarlo en alcohol y drogas. Un adulto que no jugó es una hazaña, porque aprendió a seguir con vida sin matar a otros. Los juegos del hambre son esa revolución intestina y desestimada en las estadísticas oficiales.

Debo pedirles me disculpen: no tengo claro en dónde hablo de la película o de cuánto nos rodea. Decídanlo, sin son tan amables, ustedes mismos.

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