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ORDENANDO EL CAOS

PERO QUÉ DIABLOS

Dalia Reyes

Bien a bien, nadie conoce al diablo. Cuando oso proferir semejante afirmación, mis alumnos estallan en autodefensas y enlistan las numerosas salutaciones que tíos, abuelos, primos y vecinos grandes han tenido con este personaje.

Son suposiciones, nada más, porque aún no estamos de acuerdo en si es como lo pintan en la lotería o es un león con piel corderil. Algunos lo han visto con cuernos, otros poniéndolos; algunos lo ven en tuxedo y sobre antiguo carruaje, los menos a pie cual común de los inmortales.

Yo no le he visto, Dios guarde la hora, pero si contabilizara cuántas veces lo invoqué desde el año ocho meses hasta ahora, seguro me darían membresía distinguida en el infierno. Usted también, señor.

No debemos alarmarnos, creo yo, pues tanto mentar al demonio ya no nos tienta. Ni siquiera en fechas santas pasamos por alto su existencia: son temporadas ventosas estas y las señoras se apresuran a decir que "el diablo anda suelto".

Hace tiempo vi un programa en televisión cuyo protagonista era, justamente, el demonio. Acosó a un nombre quien osó invocarlo para recibir tres beneficios a cambio de su alma. Cuando se vio demasiado comprometido, el humano, desesperado, sólo dijo "veta al diablo" y el ser maligno se esfumó. No pasa entre los mortales, a menudo publicamos igual deseo pero el otro ni se da por aludido.

Un gracioso amigo -a quien debo este artículo- publicó la memorable frase: "cuando vaya al infierno lo primero que reclamaré al diablo es haber chupado las paletas que se me caían cuando niño". Después de la hilaridad, tuve claro cómo el abusón Lucifer sigue haciéndolo y repite la hazaña con todas las abuelitas en desgracia.

Su apariencia es un asunto intrigante, porque, a fin de cuentas es un príncipe. Siendo así, aquello de "es un pobre diablo" no tiene sentido, aunque, de todos modos, mandan al infierno al susodicho.

Generalmente opto por no mencionarlo ni en amenazas ni en oraciones, y mucho deseo él tampoco lo haga conmigo. Tengo dudas al respecto, pues debo confesar que hace poco me reí mucho de su extraña habilidad para entender las canciones al revés; desde los Pitufos hasta Justin Bieber son intérpretes de sus alabanzas si escuchamos los discos en reversa, según dicen, y el pobre diablo -el diablo, no Justin- se pierde de las profundas letras entonadas por ambos cantantes.

Castigo no, pero regalías tal vez: usamos tanto su nombre que ya debería tener denominación de origen.

dreyesvaldes@hotmail.com

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