Hay una época en la vida de toda mujer, cuando nos preparamos para ser amas de casa como Dios manda. ¿Y cómo manda Dios? Pues como la del arroz con leche: que sepa coser, que sepa lavar y que ponga las cosas en su lugar.
De plano, debo confesarles algo que me he guardado, pero la edad que tengo me permite la desfachatez de reconocerlo y seguir por la calle tan oronda: no sé lavar.
Puedo lidiar con la cocina, así se trate de procedimientos precisos o extraños; buscaré los ingredientes exóticos que pide la receta y hasta puedo lavar la estufa para que quede como la de Easy Off Bam. Pero en cuanto a la ropa, me declaro incapaz e insolvente.
Solventes son los que traen los jabones y dicen las etiquetas de la ropa que no deben usarse aquéllos que contengan aclarador. Hasta ahí la cosa es manejable.
Alguna vez lo intenté. Dediqué una mañana completa a leer las indicaciones de lavado e hice tantos montones como características similares tuvieran los requerimientos. Así, terminé con 12 pilas de prendas: unas debían ir con agua fría y en lavadora; otras, a mano. La segunda estaba conformada con las de no más de 15 grados ni menos de 13 y con jabón en polvo, le seguía el montón de jabón para ropa oscura, los que no debían llevar enjuague y los que se exprimían a mano. Otras más podría agregarle enjuague sin enjuague pero que no estuviera perfumado.
Luego hube de separarlas por color: la blanca, la negra, la de colores y la oscura. Entré en un dilema aristotélico para decidir si esos chones eran rojo vino, bermellón, salmón o combinado. Eran las 12:00 del mediodía y aún estaba en la meditación de si las cosas son color rojo o el rojo es un atributo abstracto de quien toma sus cualidades las cosas que vemos; tal vez ni siquiera las vemos, sólo las imaginamos y son producto de nuestras ideas.
Cuando llegué a este punto tomé toda mi ropa, la puse en el cesto y la dejé en la lavandería; le dije a la amable señora que podía ponerla toda en una sola lavadora, si así le complacía, y me fui a tomar un café en tanto leía plácidamente.
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