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Ordenando el Caos

MI ABUELA Y LA COMPASIÓN

Dalia Reyes

Señora mía, compartamos nuestra exasperación y pánico; no es para menos, pues ya bastantes éramos y a la abuela le nació un niño. Así las cosas, hoy, por lo menos hoy, no estaba en las filas; no identifiqué su cara tras de una pancarta mal escrita: nuestros hijos sí tuvieron clases con su profesor.

Hablará la mamá que hay en mí.

Todos los días de Dios, óiganme ustedes, los padres de familia -más las madres, por razones muy conocidas- andamos con el Santo en la boca ante la incertidumbre: ahora debemos considerar si nuestros hijos volverán los mismos como los dejamos en la mañana o amenazados o golpeados o insultados o, simplemente, no volverán.

No fue poco lo anterior: ahora debemos de enfrentar la posibilidad de tener escuelas completas sin profesores, porque andan en las calles defendiendo su inseguridad ante la muy cercana posibilidad de evidenciar sus ignorancias. Cientos -miles- de alumnos quedan a merced de ellos mismos durante cinco horas en tanto otro niño, apenas mayor, se encarga de ellos. Ahora pensemos todo cuanto puede suceder en un segundo nada más.

Hablará la profesora que hay en mí.

Mucho lo siento, amigos míos, pero la esperanza no es cercana. Si las iniciativas por tener educación de calidad entran ya en vigor, no llegarán pronto a quienes tienen a su cargo la formación de los profesores.

Sépanse todos que para acreditar una carrera docente basta y sobra con provocar suficiente compasión. Los estudiantes normalistas pueden observar irregularidad, carencia de conocimientos, deficiencia en sus habilidades, desquiciamiento incluso, mas bastará la súplica para que toda una institución quede desnuda e indigna para servir a quien demuestra su incapacidad para llevar a buen puerto un grupo de secundaria.

Ésos son los profesores que se gradúan cada año. La única buena noticia es que, por cantidad, las marchas y protestas serán cada vez más nutridas, en tanto sus hijos -y los míos- están a la espera del mejor postor para su vida.

Cada año acudimos los maestros a cursos de actualización para aprender cómo evaluar con justicia y apego a los saberes, en donde se contempla que hay estudiantes carentes del perfil docente, quienes deberán reencaminar su carrera profesional hacia otro lado. Pero no, la realidad aquí es que el rubro "compasión" se lleva el 100 por ciento y ahí, esas personas encargadas de educar a nuestros niños, suelen sacar un muy bonito 10 ante la indignación de los profesores y la complacencia de las instituciones. No me queda claro, ni como mamá ni como profe, quién engaña a quién.

(dreyesvaldes@hotmail.com)

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