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ORDENANDO EL CAOS

Por: Dalia Reyes

ALLÁ CON DON JOSÉ

No tengo por costumbre usar la frase "todo tiempo pasado fue mejor". Dos poderosas razones me acuden: evitar cálculos excesivos sobre mi edad y la indecisión al respecto. No estoy tan segura sobre la validez del dicho.

La modernidad me encanta: comunicación inmediata, cercanía física y virtual, cierto dejo de ubicuidad; sin embargo, la añoranza es cosa del demonio, pues aparece cuando está cierta de cuán imposible es conseguir lo que el tiempo se llevó.

Cierto, la epidemia nacional consistente en tiendas de conveniencia por doquier resolvió problemas de inmediatez, permanencia y solitud, aunque a precios caros. Hay ciudades, incluso, en donde puedo contar tres de esos negocios cada dos cuadras. La auto competencia en pleno.

En esos sitios puede una señora apurada encontrar todo para una comida decente; hombres necesitados, implementos numerosos para la carne asada; jóvenes aburridos, artilugios electrónicos; niños curiosos, creativas y desechables novedades. Pero no cambian corcholatas por premios. Esto, permítanme decirlo, es básico cuando se quiere ser una tienda decente.

Don José nunca pasó por alto este detalle. Su tienda siempre estaba surtida de suficientes envases con refresco de cola, enfilados de un extremo a otro en repisas burdas pero derechitas; supongo que el calentamiento global no hacía estragos, pues era posible ingerirlas sin necesidad de refrigerador o hielera.

Las promociones, hace 30 años, eran pocas, pero las había. Un niño podía invertir todo el mes para conseguir las cinco tarjetitas o tres tapas de refresco y conseguir a cambio una estampa del Chavo o cierto muñequito promocionado por Pepsi, Coca Cola o Bimbo, no había más. Eran 30 días de emoción continua. El hombre atesoraba las figuras; hacía entrega de ellas cuando se cumplían los requisitos, y aquello era un acto presidencial, casi casi; a veces llaveros, juguetes reales, carros de minúsculos trenes, refresquitos minuciosos.

Hoy las tiendas 24 horas no cambian corcholatas, tapa-roscas ni tazos, además, ni sentido tiene. Un chiquillo puede, en una vuelta a comprar, adquirir tantas bolsas de fritangas como boletos necesarios para tener la colección completa de objetos cuya vigencia asegurada está entre las 48 y las 72 horas. Los padres de familia visitamos los siete súper y el fracaso es muy viable, ante la pataleta infantil por no tener ya aquello tan volátil, pero cotizado en su grupo de amigos.

A mí me gustaban los vasos que regalaba Corn Flakes, unas piezas largas, delgadas, coloridas, que reinaban la cocina durante varios meses, años quizá, en trabajo multiusos. Hoy encuentro simpáticas y detalladas las figurillas prometidas por decenas de marcas, pero nada provoca tanta emoción como ir por un premio a la tienda de Don José.

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