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Ordenando el Caos

ENCIENDE LA LLAMA

Dalia Reyes

Sí, señor, esta vez dio con bola: sí hablo de ese asunto bochornoso, esa callada cuestión por damas y varones en cierta condición crítica, en el reducido sentido de la palabra cuando se encamina a crisis. Esa etapa innombrable del matrimonio que Melchor Ocampo olvidó detallar en su epístola aun siendo, hoy lo sabemos, tan inevitable como amenazadora.

Pero basta ya de penas y dolores; la televisión encendió la luz al final del túnel con ciertas soluciones irrefutables, infalibles, inánimes, indiscretas. Bien por ella, de alguna forma habría de retribuir los $170 pesos mensuales invertidos en cinco canales conocidos y 80 de pilón.

Ayer mismo iluminó mi cara el programa "Mi marido, mi estilista". Ella, agotada con el trabajo fuera de casa, dentro de ella y la atención a sus dos hijas; él, hastiado de encontrar a una mujer ataviada con ropa deportiva y sin maquillaje alguno. No caballero, él no buscó paloma en otro nido: le compró un guardarropa de ocho mil dólares, el cual incluís 25 minifaldas, 30 playeras, 12 vestidos, siete pares de zapatos e innumerables piezas de muy sexy ropa interior. ¡Ahí, lo tienen, señores, la solución está en sus manos!

Entiendo la dificultad implícita en la acción anterior. Claro, pocos hombres serían capaces de elegir correctamente la ropa adecuada para su señora esposa, en el entendido de los papeles múltiples y simultáneos que le toca realizar. Entonces tengo para ellos otra opción: rediseñar la casa.

Vi, con mis propios ojos, el trabajo obrado sobre una casa, mona, pero simple, demasiado vista, causa determinante para que la relación de pareja perdiera el color y el brillo -así dijo la triste protagonista-. Ni tardo ni perezoso, su viejo -el de la chica en TV, no el suyo de usted- contrató a dos diseñadores quienes, en un dos por tres, cambiaron la imagen: la recámara gris se volvió rojo pasión, con repisitas para las veladoras y toda la cosa; el baño fue otro sitio paradisiaco en donde sólo faltaba un macaco viajando en lianas; la cocina, lo supongo, guisaba solita el almuerzo, la comida y la cena. ¿Cuánto costó eso? Vamos, a quién le importa si fue la solución a todos los problemas familiares; seguramente la llama se encendió, por lo menos la de ese precioso horno empotrado que regalaron a la mujer.

Bien pensando, el problema no es falta de amor, sino de ideas creativas, señores míos. Échenle imaginación y verán cuán fácil es complacer a su consorte y encender, qué digo la llama: todo el asador.

(dreyesvaldes@hotmail.com)

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