La frase que esto titula fue de doña Andrea. Ahora es de todos quienes la conocimos, a ella y a su "Viejo pellejo", como llamaba de cariño a su señor panadero, es decir, a Toño. Puso en boga, además, "La vida y el amor, puras cosas raras" a más de ciertas palabras incomprensibles proferidas en su muy particular idioma tras beber una o dos copitas de tequila.
Como sea, su dicho siempre estuvo puesto en tiempo y forma, no había respuestas automáticas. De ello me percato hasta ahora, cuando Andrea estará callando a su comadre Aurora en el cielo. Esto fue a resultas de reflexionar sobre lo que una escucha en la calle, en la casa y en todo lugar.
Ayer mismo, enfilada para pagar en la caja, sólo quedaba frente a mí una clienta. La cajera hizo la pregunta de rutina: "¿Encontró todo lo que buscaba?", a lo cual la dama respondió con inmediatez: "Sí, si Dios quiere". ¡Cómo así, Marce! -otra frase postiza-. No sé ustedes, pero yo dudo mucho que algún ser sobrenatural haya influido en su búsqueda de Corn Flakes; tampoco podríamos culpar a nadie en lo referente a su dislate léxico.
Tengo también el caso de una amiga sobre quien la abuela nos contaba. Era buena anfitriona esa conocida, hacía sentir bien a la visita con un café caliente y galletitas, sin embargo, al declarar la gente su partida, ella contestaba: "Ándele sí, qué bueno".
Claro, ninguna es tan interesante y profunda como la acuñada por don Cornelio en ciertos fines de semana; no es cualquiera cosa, pues proferirla implica ciertas condiciones: domingo, juego de beisbol y dos cervezas. Con esa alineación astrológica, podemos esperar su historia de alabanza filial como la siguiente: "¡Desgraciadamente… todos mis hijos salieron muy buenos!".
Lucha visitaba enfermos, pero siempre con la consigna: "debes agradecerme que vine, porque tenía muchos trastes para lavar". Agrego la de Isabel: "¿qué bueno que vine, verdad?" y, por último, la insondable "a ver qué pasa" tras un día de sistemática planeación entre los ejidatarios de mi rancho.
Decir por decir tiene su chiste. Quienes logran el arte de la paradójica y trascendente vacuidad léxica dejan rastro en muchas, muchas bocas rutinarias cuyo valor radica en alegrar nuestros oídos con gratísimas incongruencias.
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