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Ordenando el Caos

SIN MONEDERO NO HAY DAMA

Dalia Reyes

Mucho describe la devaluación económica el proceso evolutivo del monedero. Siempre ha sido receptáculo de secretos profundos, elíxires maravillosos y dinero, pero nunca como en el pasado confirmaba con certeza la postura femenina dominante en la familia.

Tener un monedero era regla cuando la mujer dejaba de ser una promesa y se convertía en esposa y madre. No había más; las carteras estaban reservadas a los señores, quienes siempre tenían material para llenarlas: retratitos, recaditos y, efectivamente, cartas; los más dichosos, billetes, porque las monedas iban en el bolsillo del pantalón.

El estatus de señora quedaba confirmado, entre otras cosas, porque podía reunirse con las vecinas y tenía tema común de conversación, además de un gancho a la mano. Tejer era condición sine qua non para inscribirse en el club de lo hacendoso; el producto, una serie interminable de servilletas a base de macizos, manteles preciosos en punto de cruz y monederos.

Hacer un monedero en casa era una odisea ante mis ojos de niña. Mamá tuvo muchos años uno fabricado en rafia amarilla, cuyo uso lo convirtió en anaranjado tornasol con bordes grises; el broche nunca perdió el cromado de sus detalles a pesar de tanto abrir y cerrar.

Esa exhaustiva actividad exigía en el objeto, además de preciosura, resistencia. En ese pequeño receptáculo cabía una semana de pago, el sustento para diez, una medallita milagrosa, un pañuelito bordado y cierta esencia para alejar el mal de ojo.

Cual sombrero de mago, de ahí salía suficiente para pagar la carne al señor Herrera, la leche a Ramón, el huevo a don José y la brillantina en la tienda de los güeros. Quedaba aún suficiente para la fruta en el mercado sobre ruedas y, cuando era posible, una portentosa despensa de la única tienda grande en la ciudad. Y no más.

En la espera a la siguiente semana, si los hijos osábamos pedir dinero, las madres volteaban del revés sus monederos y de ellos sólo caía una pelusita blanca y ligera que se quedaba en el aire por unos segundos. No había más que asimilar la espera.

En este tiempo el monedero es artículo innecesario: su contenido vale tan poco que en las tiendas grandes y las chicas omiten entregarnos nuestro cambio cuando de bajas denominaciones se trata; los billetes hablan de poder adquisitivo, el resto es historia.

Yo tengo uno. En él tengo dos memorias de amplia capacidad, una banda ancha que cuesta carísima y dos monedas antiguas, regalo de seres queridos en mi familia. Por lo demás, siempre desisto de contabilizar su contenido en dinero porque eso lleva mucho tiempo y pocos beneficios; sin embargo, lo tengo siempre, como para rendir honores a las señoras magas de antes que guardaban la vida entre sus manos.

  dreyesvaldes@hotmail.com

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