Una canción de Silvio Rodríguez, "Me va la vida en ello", me parece tan cierta y aplicable a mi vida, por aquello de "Quiero que me digas amor, que no todo fue naufragar, por haber creído que amar era el verbo más bello…"
Pero no estoy hablando de amor. Como dijera Pedro Ferriz de Con: a esta edad, cuando se habla de piernas, nos remitimos más a un rico mole poblano que a las extremidades de cualquier frondoso futbolista.
Me pasó algo al comprar un kit de belleza -que realmente es bello-. Dentro contiene un talco, cuyas indicaciones de uso dicen: si te lo aplicas, absorberá tu humanidad. No lo inventé, a las pruebas me remito.
Sea que el fabricante haya cometido un desliz consciente o inconsciente, el caso es que ya nos endilgó una racha de filosofía cotidiana aplicada a nuestra vida diaria, cierto, a veces tan absorbente.
Silvio Rodríguez está en la introspección de saber si amar era el verbo más bello, en tanto nosotros estamos en la situación de saber si embellecer es un verbo que conjugaremos en presente, pasado o futuro, claro que sí se puede, la cirugía plástica así lo promete, aun cuando nuestro pasado no haya incluido el término.
La belleza, hoy en día realmente nos absorbe más que la propia humanidad, de paso se lleva la de nuestras familias y hace círculos que se absorben unos a otros hasta llevarnos a un estado de estrés y no nos explicamos cómo empezó este embrollo.
Trato de deshilvanar este problema.
El origen debe estar en esa bonita mañana, cuando el optimismo nos embargó y decidimos aparecer en sociedad con una dignidad de modelo. Empezamos con programar religiosamente el corte de cabello y la pedicura; luego nos enteramos de los novedosos productos para complementar ambos servicios y nos embarcamos con una pesada cuenta de productos mágicos que nos rejuvenecen en cinco horas y nos bajan dos tallas en 20 minutos.
El tiempo que implica dedicar a eso y lo que se agrega -manicura, depilación, limpieza facial profunda, regular y superficial, más muchos etcéteras- debemos restarlo a casa y familia, sumarle el que dedicamos al trabajo y las amigas, y multiplicarlo por el de la escuela propia, la de los hijos y los días de torneos escolares en fines de semana.
Viéndolo de esta magnitud, el producto que compré dice lo cierto: todos los procedimientos que nos vuelven bellas son como talcos que nos absorben la humanidad y la de los demás.