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ORDENANDO EL CAOS

VIDA Y ESPALDA

Dalia Reyes

Cuando una mochila queda chica para llevar la vida, es signo inequívoco de adultez. La palabra suena raro, sin embargo, la sostengo en aras de no aplicar madurez; eso es otro cantar.

No quisiera evocar esos clamores por el peso pesado que, a menudo, implica vivir la vida, soportarla, llevarla a cuestas, dicen muchos. Esta espalda de la cual hablo es una resistente, presta, erecta, una pieza hecha y derecha cuyos acabados son los precisos para cargar con una de esas bolsas con tirantes en donde, cuando niños, nos cabe la existencia.

Hagan memoria: todos tuvimos en la cabeza la peregrina idea de escapar, encontrar ese lugar en donde se pueda comer según antojo, salir y entrar de casa a placer, tener los mejores (y peores) amigos, vestir a gusto, jugar de plano, en fin; en esta lista genérica puede caber un niño completo. ¿El espacio para esa dicha? Una mochila mediana, con dibujos, seguramente, en donde es menester poner papel, lápiz, una resortera, otros zapatos, una revista, cierto juguete, un peluche y, para los más previsores, cepillo de dientes. Y san se acabó.

Un niño nada más necesita en la vida: peinarse, cambiarse la ropa, bañarse a menudo, comer, son cuestiones superfluas y circunstanciales que alguien, sabe cómo, las resuelve cada día; es, digámoslo así, un maná que el cielo, obligatoriamente, debe llevar hasta las vidas infantiles.

Hay una notable diferencia cuando la decisión de marcharnos requiere una maleta: en ella deberá caber todo el miedo y la incertidumbre posible. Ahora el equipaje albergará tanta ropa como posibilidades de lluvia, tantos afeites como probables encuentros, tantas armas como certezas de ataque, tanto dinero como desconfianza y tantos papeles como distancia esperada.

Conforme dejamos atrás la infancia, la vida tiene más volumen y mayor masa, requiere más herramientas para incrementar su fuerza, porque la voluntad de ir por el mundo no es autosuficiente ni determinada.

Proporcionalmente, las razones para quedarse también se acrecientan. Cuando niños, mochila a la espalda, la evocación de una sopa materna da la necesaria razón para resistir un poco más la mordaza de la vida familiar y quedarse en casa; cuando adultos, con todo nuestro equipaje, es necesario elucubrar, entretejer una serie de argumentos para no evidenciar debilidad por los otros, para evitar la obvia tristeza que nos produce la lejanía, así, argumentamos necesidades materiales, peticiones de terceros, compasión.

Esto no lo aprendí en ninguna de mis clases sobre sicología de los adolescentes: es lógica básica. Cuando la mochila es insuficiente, nuestra espalda ha de cargar un bagaje pesado, muy pesado, que mucho convendría aligerar; ahora bien, para quedarse, las razones siempre están de más.

dreyesvaldes@hotmail.com

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