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Ordenando el Caos

ME FALTAN HUESOS

Dalia Reyes

Soy fatalmente prisca; quizá no esté mal con mi cuerpo, sino en el tiempo.

Mi abuelo don Felipe apreciaba muchos los duraznos priscos: esas piezas de colección sibarita cuyas superficies perfectas están rozagantes de un vellito aterciopelado, la piel homogénea, pero, sobre todo, ceden con poca resistencia a la presión, pues las carnes forraban un hueso muy, pero muy en el fondo.

Esas cualidades, sobre todo la última, pasaron de moda. Pensando en eso, concluyo lo siguiente: para ser sexy me faltan huesos y me sobra carne.

Desconozco en qué momento de la evolución a estas chicas actrices modernas y jovencitas les colocaron una pelvis tan protuberante que, con esfuerzo y voluntad, sale a relucir cual jaladera de aquel colote que usaba mamá cuando íbamos al mercado.

Para las fotografías, las artistas en boga se colocan en posiciones imposibles, en forma de S mayúscula y así mostrar la real existencia de esa osamenta que pugna por salir en cada sitio donde, hace muchos años, las mujeres llevaban curvas, carne y mundo.

Tras el anuncio del sex appeal estrenado en Eiza González -guapa chica, pero muy huesuda para mi gusto-, corroboré la imposibilidad de integrarme un día a calendario alguno, como no sea el de la carnicería de Don Sebas, en un intento didáctico por explicarle a las señoras cómo se llama cada parte de la res y la pidan con corrección a la hora de comprar.

Unos días después se puso a votación esta trascendente encuesta para nuestra historia: ¿Marilyn Monroe estaba gorda o no? Comparada con la moda de hoy, la rubísima mujer era una virtual candidata a modelo de Botero, pues con todo y la cinturita, sus brazos y piernas gritaban de voluptuosidad, como los duraznos de don Felipe.

Deberán disculparme, pero tras el anuncio de la chica González y el paradigma de la sensualidad, he tenido imágenes bizarras: cuando voy por la calle siento como si yo pudiera hacer un papel de monstruo gelatinoso en la película Monsters Inc 3; en cambio, al imaginar a las delgadísimas famosas andando por ahí, casi puedo escuchar el claqueteo de sus osamentas; las pienso mientras bailan, y el escándalo aumenta; si hacen ejercicio, aquello es aquelarre, y si están en situaciones del tercer tipo, es como el encuentro de dos insectos hoja, dos campamochas, tal como los pasan en el National Geographic.

Lo juro, sí tengo huesos, allá por donde está mi alma. Quizá yo pertenezca a la época de la necesidad y tener carnes, en donde fuera, resultaba muy valioso y prometedor. No soy gorda, nada más estoy medio obsoleta.

(dreyesvaldes@hotmail.com)

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