Más valdríame ser anciana, niña o campesina si acaso aspiro a ser sujeta de atención en los próximos años. Pero, ya sabemos, el resto somos esa parte pendiente del sastre irresponsable quien solía responder cuando le requerían el trabajo: ya nada más me faltan las piernas y lo de en medio.
Lo de en medio, eso soy, y también usted, probablemente, porque la mayoría de quienes habitamos este país no tenemos derecho a la credencial de adulto mayor ni cartilla de vacunación ni afiliación a Procampo. ¿Qué nos toca, pues? ¡Sabe!
He procurado fruncir el ceño y arrugar la frente tanto como para ser aceptada en esos institutos para la tercera edad, pero no se dignan creerme más años. En esos lugares paradisiacos los abuelos y abuelas renacen cada día entre música, danza folclórica, pintura, desayunos baratísimos y paseos gratuitos a muchos rincones del país.
Los niños, por su parte, tienen oportunidad de vacunación gratuita, escuelas de verano o de tiempo completo, libros de texto sin costo, paquetes escolares, posadas, piñatas; si se apuran, hasta dan la mano al presidente como premio a las buenas notas.
Ahora bien, si oficialmente la SAGARPA me censara como campesina, bien podría cobrar Oportunidades y Procampo; entrar en los programas de huertos familiares con semillas gratis; recibir despensas cada mes; escuela sin costo, con todo y transporte; exámenes y cirugías de la vista sin mayor gasto que el lonche para el traslado; acciones proselitistas que incluyen viajes de ida y vuelta al D.F. en autobuses donde cabe desde el nieto hasta al bisabuelo.
Pero soy la de en medio. Todos los integrantes de mi club no llamamos la atención: descuentos, becas, apoyos económicos en directo, padrinos para la graduación y la primera comunión nos están vedados. No hay asilos para nosotros, apenas llegamos a la mediana edad y tampoco cabemos en albergues del DIF u otras instancias públicas. ¡Vamos, compañeros, cómo nos volvimos tan grises y deslactosados!
La política sí la entiendo; a los políticos, no. En estos días cuando hemos de engullirnos 12 horas diarias de acciones proselitistas, antiproselitistas, proproselitistas y anarquías, queda claro que las banderas de campaña están hechas para votantes muertos.
Dicen -yo no lo sé de cierto-, que en nuestro país votan los muertos, pero yo no refiero a ese terrible acto mítico cuya sola mención me da escozores por ser tan maléfica y falaz. Cuando afirmo lo afirmado es porque las promesas de campaña siguen prometiendo ayudas para ancianos, niños y campesinos; a los demás, que nos coma un león o nos lleve un perro.
Ay, de veras, cómo tarda uno en llegar a la edad correcta.
(dreyesvaldes@hotmail.com)