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Ordenando el caos

LÉEME, PERO NO ME DEJES

Dalia Reyes

Hay diferentes pruebas para evaluar la calidad de la educación básica en nuestro país. Algunas son propias y otras prestadas, pero en ambos casos se pretende hurgar, escarbar en los cajones intelectuales de nuestros niños para saber si sus maestros los dejaron medio llenos o medio vacíos.

La más conocida es Enlace, test de batería -se llama así porque contiene preguntas de diferentes tipos de respuesta- que todavía pone a los niños ante el reglazo de qué es el objeto directo en La vaca come alfalfa, cuando la Reforma 2006 dice que ya no deben aprenderlo sólo de loro, sino sobre la aplicación, y realmente pocos niños citadinos sabrán si la afirmación es cierta o falsa. La otra es la prueba PISA, encaminada a unos cuantos sectores específicos de la educación con énfasis en la lectura.

Tanto PISA como los muy caros cursos de Lectura rápida -que se venden con una carta de compromiso temporal, como teléfono celular -, están encaminados a lograr una lectura veloz y de comprensión; para ello tratan de controlar el estatus físico y emocional del lector.

También soy antiacadémica en lo que se refiere a la reglamentación del lenguaje. Pues igual disiento de ambas técnicas antes mencionadas.

Si los profesores estuviéramos todos preparados para manejarlas con la madurez de que estamos trabajando con seres vivos y que las condiciones pueden ser cambiantes en cada momento y en cada persona, voy de acuerdo en aplicarlas, pero cuando nos exigen que el lector esté sentado, sin cruzar las piernas porque le dan várices, sin mover la cabeza, sólo los ojos; no abrir la boca, no emitir sonido alguno, que en su alrededor reine el silencio, no levantar el libro, tomarlo con ambas manos… Bueno, ya me cansé sólo de platicárselo.

Uno de los libros que más he disfrutado es El mundo de Sofía, y la mayor parte de sus páginas las repasé con voracidad tendida en la tierra del bosque con un árbol por recargadera. Sí me distrajeron muchas veces las aves, rebuznos y bramidos, a los que dediqué tiempo haciendo un espacio para continuar con la historia de la Filosofía. ¡Y sí le entendí!, hasta logré que mis alumnos de preparatoria lo leyeran voluntariamente.

El médico lo terminé mientras cocinaba pollo en mole y Ensayo sobre la ceguera en dos o tres vueltas al banco, justo en quincena.

Algo debo confesar: no he presentado la prueba PISA, tal vez la repruebe; seguro me rechazarán los de la lectura rápida, pero no tienen idea de cuánto disfrute de mis lecturas.

Entonces ¿por qué no leer de cabeza si eso nos da placer? ¿O acaso usted no ha terminado un buen libro dando un profundo suspiro en el baño?

dreyesvaldes@hotmail.com

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