Me gustaría tener como vecinas a Magenta y Solferina. La primera, recatada, cohibida con ciertas manifestaciones de libertad y una disposición implícita para la servicialidad; la segunda, desinhibida, dicharachera, confianzuda y amigable, dispuesta a lo que se presente.
¿No les gusta mi clasificación? Me surgió cuando discutíamos sobre el color real de un vestido: mi hermana hizo una clasificación drástica de las tonalidades, mi mamá recordó las gamas precisas, y mi amiga comparó las nomenclaturas con dos mujeres de cierta edad y características específicas.
Si fuesen mis vecinas, se parecerían más a las hermanas Águila que a la Tostada y la Guayaba, las dos famosas en "Pepe el Toro". Sí, lo sé, señor, estoy hablando en tiempo prehistórico pluscuamperfecto, pero entonces las relaciones vecinas se exacerbaban, a veces, hasta la ignominia, pues muchos matrimonios acabaron intercambiados por tanta cercanía, y eso que las casitas no eran así de pequeñas como hoy.
Yo recuerdo a Angélica, Juanita y Juan, mi Tía Toña, Doña Agustina y el Güero que cortaba cabello a los niños, tuvieran fauna o no en la cabeza. Angélica nos dejó un montón de frases relacionadas con su fijación extrema por la limpieza, cosas como "Me voy a lavar la cocina porque ya está que rebuzna" o la inolvidable "¡Pero qué pergenio!", para referir a alguien muy desaliñado; Juan y Juanita dejaron muchos muebles de madera él y muchos vestidos con entrega tardía ella; Tía Toña casi nada; Agustina, mucha ropa sin lavar y su eterna espera para que saliera el sol y calentara el día; don Güero, montones de chiquillos a rapa, su mejor receta para acabar con cualquier plaga cabezona.
Hoy en día es más fácil comunicarse con los vecinos vía Facebook, mandarse un Whatsapp o encontrarse en el súper, porque las casas quedan a merced de las benditas muchachas el resto del día.
Yo tuve una vecinita cuya principal característica era llegar muy temprano a tocar puertas preguntando por una taza de café; luego tomaba sus cosas y salía advirtiendo que se iba pronto porque odiaba a la gente quien le hacía fama de abusadora y eso, nada qué ver con la realidad. Luego llegó una encargada de hacer limpias a mi casa cada quince días; otra interesadísima en mis recetas, pero cuando ya las tenía entendidas, me pedía un taquito de ellas cuando yo las preparara.
Como sean, los vecinos acaban siendo una nueva familia cuando salimos de las casas paternas. A diario convivimos por muchos años con los altibajos de la vida y sobre todo, las menopausias arrasadoras, sin embargo, seguimos juntos, como matrimonios estoicos hasta celebrar ese "hasta que la muerte nos separe".
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