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Ordenando el Caos

HAZME MALA

Dalia Reyes

¿A usted le han criticado que diga cosas como bien mal? A mí también, pero no haga mucho caso, puede decir que hasta el mal está bien en usted o, al fin y al cabo, hasta la Real Academia habrá de aceptar las expresiones porque ya está bien usada por todos.

Por eso le pido que acepte mi bien influenciados, y eso por no sacar a la luz una nueva palabreja que también me criticarían: bien influenzados.

Créame que soy un ente cívico a más no poder: respeto las reglas de tránsito, no digo palabrotas -por lo menos en la calle- jamás me estaciono en lugar prohibido ni un ratito. Creo en lo que dicen nuestras autoridades porque parto de un hecho simple: ¿por qué habrían de tomarse la molestia de mentirnos si bien pueden tomarse la atribución de no decirnos nada?

Creí en lo del aeropirata colombiano y sé de cierto que Cuauhtémoc Blanco ya no usa polvos para lavar sus camisas blancas -la conciencia debía lavarse con ellos-. Y también creí la gravedad de la influenza en nuestro país, si tratando de créelo pero hay cosas que, por más bien plantada que tenga mi fe, tambaleo.

Pues ahí tienen que los niños deben estar protegidos, los padres, pendientes por si hay algún síntoma de mocos y más; los maestros, atentos para aislar al chiquillo cuyos padres despistados lo dejaron ir a clases siendo sospechosos. Las autoridades, supongo, deberán estar haciendo lo suyo. Y no habrá más rango de autoridad en este asunto que el de salud; eso nos dice la lógica.

Fíjense entonces, que voy y me asomo al IMSS y resulta que hay filas, cuan largos los pasillos, de madres -porque para estos trámites todas las mujeres son viudas o solteras- acompañadas de una chiquillada inquieta, desesperada ya por estar formada en la tercera fila y con la ficha número 300.

¿Qué hace aquí? Pregunté. A coro y con organización de Cámara de Diputados, me dijeron a veinte voces que estaban activando la cartilla; qué bárbaros con toda y la influenza; y ya tenemos aquí más de una hora porque trajimos todos los papeles, y a mí se me perdieron las fotos. ¡Vente Anabel no te metas eso a la bocaaa!

No tengo la menor idea en dónde quedó la prevención y el cuidado. La alerta amarilla sí sé en dónde está: en un cartelón a la entrada de la clínica y a un lado: si todos somos prevenidos, no corremos riesgos. Sólo faltó que al final pusieran una cara maquiavélica para acabar con la sorna a que esto suena.

Los cubre bocas no los usaba nadie, ni los de adentro ni los de afuera. Chicos y grandes compartieron estornudos, saludos y una gran cantidad de mordiscos que los ansiosos niños dieron a los pasamanos y asientos de la sala de espera.

No queda de otra, total, si vamos a estar influenciados, pues vayamos a hacer cuánto trámite nos pidan con la mayor tranquilidad y paciencia posibles, así, flojitos y cooperando.

(dreyesvaldes@hotmail.com)

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