A veces hago buenos actos esperando la recompensa de la Nana Mágica, pero, de plano, ni una verruga desaparece ni me aumenta nada. Debo de tener el conjuro equivocado.
Para tener el bastón poco me falta, así que conseguiré por cielo, mar y tierra el truquito ése de las chispas cuando golpea con él el piso, seguro ahí radica el secreto para que funcione ese mito referente a hacer cosas buenas.
Usted también lo habrá oído: las bellas personas son quienes actúan bien, hacen lo correcto, ayudan a otros y dicen la verdad. En lo personal -y no es envidia- jamás pensé que todas esas cualidades las tuviera Ninel Conde, porque ah qué bien se ve la condenada; a reserva de haber hecho ella sus compras con el diablo, dicen que pone buenas ofertas para señoritas poco agraciadas. Como de estas dos últimas cualidades las tengo ambas, maduro la idea de sacar crédito en el infierno, porque mi historial crediticio con los ángeles no me da mucho rendimiento.
En resumen: ese asunto de portarse bien cuesta mucho, toma tiempo y reditúa poco. Pudiera deberse también a la contaminación visual: la gente no es tan aguda en sus observaciones como antes, porque descubrir un alma buena es muy difícil, así la gente se conforma con tener a la vista una muy buena alma y párele de contar. Pocos están interesados en saber si sus atributos son fruto de buenas acciones o actos muy buenos; al fin, el producto está a la vista.
Tal desazón se debe, asumo, a la no actualización en las instituciones sociales de la fe; he dicho. También la religión debería enseñarnos por competencias: que los dogmas se fijen a partir de la resolución de problemas. Mire usted: qué haría un sacerdote, pastor y guía espiritual si ha de salir a la calle para catequizar a Beyoncé y Rihana juntas; seguramente ellos estarán seguros de que las mujeres están a un paso del cielo, pues tantos atributos no se dan así de gratis.
La conclusión lógica para esta circunstancia, si seguimos las enseñanzas en nuestras religiones, es que son bellas por ser buenas y, estoy segura, esa hermosura se encuentra, como en los bondadosos, hasta el fondo de sus almas. Vamos, si a la Nana Mágica se le desaparece el lunar, escapa el vello facial, corrige la dentadura y compone el cabello por amansar a unos chiquillos latosos, estas dos morenazas debieron salvar la vida a cien cristianos -o provocar la muerte gozosa de otros tantos- para quedar en esas formas, y nadie, ni siquiera yo, me atrevería a pedirles dejaran de lado sus atributos físicos a fin de mostrar la nobleza espiritual que las corroe; eso sería un pecado contra natura.
Yo me conformaría con lo del lunar, el vello y los dientes. Aunque no cante, no baile ni encante; sin embargo, nada ha funcionado hasta hoy. No quisiera dudar de mis principios axiológicos, pero algo me dice que la belleza visible ha sido, es y será cosa del chamuco.
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