Puede ser el sillón en la oficina, al lado de Adelita, la latosa, ese sitio nos espera cada día y se vuelve un sitio imprescindible para saber que alguien nos espera.
Esa sensación que nos da en medio del pecho cuando pasamos por un lugar cuyos muros nos acogieron en alguna época de nuestra vida, no sé cómo se llama. Podría confundirla con la nostalgia, pero no es tal porque tiene algo de temor y otro poco de desolación.
Es un sentimiento presente cuando dejamos un sitio, o bien, cuando llegamos a un nuevo lugar cuyos espacios nos son desconocidos y no dominamos su tránsito. Luego de mucho pensarlo, llegué a una conclusión: se trata de identidad.
La identidad es identificarse con algo. En la escuela, desde preescolar, los profesores empiezan a esculpir esa figura en nuestra mente a fin de hacernos sentir parte de un grupo específico. Cuando nos familiarizamos con las tradiciones, los valores y las costumbres de ese grupo, finalmente logramos movernos en él con cierta confianza, incluso, algunos proponemos cambios a ella con la certeza de que dominamos la base conceptual.
Cuando dejé la primaria, igual que cuando terminé la secundaria, prepa y universidad, tuve esa sensación de sentirme extraña en un sitio al que pertenecí, y todo se debía a que esa mesa y ese banco que me esperaban cada día, ya no lo iba a hacer. Volví siempre a esos lugares y la desolación se apoderó de mi persona cuando supe que sería saludada con afecto y alegría. pero no tenía ningún espacio esperándome.
Al pasar de un nivel a otro, en tanto mi estancia se hacía costumbre, cada mañana avanzaba con el temor de que tal vez no estuviera ya mi silla ahí o hubiese desaparecido de la lista. Cuando era niña, los primeros días de clase solía peguntarle a mis compañeros: ¿Te acuerdas de mí? Hasta que uno me dijo: ¡Claro, si no estoy loco! Y me dio a entender que la desconectada era yo, pero tuve la seguridad de pertenecer a ese grupo por fin.
Que un espacio esté destinado para nosotros nos da la certeza de pertenecer ahí, sea una escuela, casa, oficina, fábrica o lugar de esparcimiento. La identidad nos da la certeza de ir por el camino correcto y sentirnos aceptados; su ausencia, en cambio, nos deja la sensación de no pertenecer a un lugar preciso y, por lo tanto, desconocemos cuáles son los valores que nos construyen.